Esta mujer instruía a las demás de todo lo que
debían saber acerca de la madre tierra y los dioses a los que debían honrar y
ofrendar con sus danzas y canticos; además, también hablaba de que quienes
estaban casados tenían que realizar la danza del amor de la manera más sincera
y pura, pues si esto no era así, los dioses los castigarían.
Una noche, después del ritual de la cosecha, como era costumbre los esposos se fueron a sus hogares y las solteras y solteros de la tribu durmieron separados para evitar ofender a los dioses. Algo sorprendente sucedió al día siguiente; la cosecha estaba seca, los frutos estaban podridos, además el rio que bajaba cerca del caserío estaba seco. Alguien había ofendido a los dioses y nadie sabía quién, pues los solteros estaban en su lugar junto a quien los custodiaban e igualmente las mujeres; los esposos afirmaban haber honrado a la diosa Katir con la danza del amor y haber tenido todas las precauciones posibles. Nadie entendía lo que pasaba y la matrona, aunque angustiada, no perdió la calma y quiso buscar razones. Nabia era una de las mujeres solteras de la tribu, estaba esperando a tener edad de casarse para que Talaz la pidiera como esposa. Era una mujer dulce y comprometida con la tribu, le gustaba el cultivo y estaba muy al pendiente a la hora de los rituales y las ofrendas para tener una cosecha abundante.
La noche del ritual, Nabia se había quedado organizando las ofrendas para que ningún animal las tomara o el fuego las tocara, en eso, ella sintió que fue agarrada por la cintura, una mano gigante tapó su boca y la arrastró hasta el bosque. Ella intentó clavar sus uñas en el cuerpo que la tomaba, pero se quedó sin fuerza, se vio envuelta en los brazos gigantes y sintió que jamás podría salir de ahí, pensó en la danza del amor y en que nunca creyó que así se sentía.
Nabia sí sentía que su cuerpo danzaba con
aquel brusco y ajeno cuerpo, pero era una danza grotesca, sin compás, sin ritmo
y lastimaba, quería gritar, pero todo su cuerpo dolía y sentía que en algún
momento se desmayaría; aun así, intentó clavar sus uñas en la tierra para no
seguir siendo arrastrada. Ese cuerpo gigante ahora estaba encima de ella y los movimientos
que hizo estando allí hicieron que de sus ojos brotara una lagrima hasta llegar
a desmayarse.
La matrona notó la ausencia de la chica, quiso
buscarla y se adentró al bosque, a lo mejor había visto el infortunio y quiso
buscar más ofrendas. Dentro del bosque vio las huellas de las uñas en la
tierra, seguido del collar de Nabia que la identificaba como miembro de la tribu.
La matrona esperó lo peor, y algunos pasos después la vio, acurrucada en el
tronco de un árbol, tapando su cuerpo con sus pequeñas manos. Allí la matrona
lo entendió todo, la danza del amor había sido violentada con la indefensa
Nabia.
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