VII Concurso del cuento corto, LA TANGA ENSANGRENTADA

 



Ya la mayor parte del aguardiente barato se había agotado y las botellas de vidrio que lo retenían se hallaban rotas en el piso de ajedrez cuando Jorge ingresó a la fiesta por la puerta principal, un olor tieso de marihuana y vómito recibió con gentileza su llegada mientras varias putas con sus caras amigables de quince años lo miraban con escondido deseo maternal. Jorge estaba cansado y desperdiciado, recientemente había cumplido la mayoría de edad y eso implicaba que podía disfrutar los deliciosos frutos prohibidos que se vuelven accesibles al convertirte en un asqueroso adulto, frutos prohibidos como el alcohol, la bareta, las putas y la desesperanza. No había razón para emocionarse por esto, ya que el ser humano siempre está sujeto al sufrimiento derivado de la existencia consciente, el atravesado hacía rato se había hartado de consumir el veneno podrido de las inocencias perdidas. Se abrió paso por la casa con cuidado de no perturbar el ecosistema apocalíptico, las rayas de coca y el humo de los cigarrillos se mezclaban en el paisaje tornándolo festivo, como un culto satánico, sus mandamientos son la autodestrucción y el nihilismo, sus dogmas son la jauría y la ultraviolencia.


Laura era una criatura llena de la crueldad típica de las niñas malcriadas, lindas y vírgenes, desplazaba su cuerpo indígena de piel escamosa por la casa buscando algún objeto de su infantil interés, tenía una belleza intimidante y su aura levitaba en el ambiente generando más respeto que deseo, es como si su cuerpo fuera un manjar destinado a un ser superior, un final, una continuación y un comienzo, la ofrenda perfecta para Beelzebub. 

 

En una habitación morada se encontraron las miradas curiosas de Jorge y Laura, ambos tenían las pupilas dilatadas, un demonio dentro y ardor en la entrepierna, se tomaron varios tragos hasta beberse el miedo y el vacío, llenándolo de lujuria inocente y espermaquia. Se drenaron por la rejilla de una habitación de mucama y empezaron a coger, de la misma forma que cogen las ratas dentro de algún mamífero muerto en horas noctívagas, las percepciones alteradas de la realidad deformaron el sexo y los instintos animales tomaron el control, Jorge tenía la sensación de apuñalar un conejo blanco múltiples veces hasta reventar sus intestinos y revolver el azul con el rojo en su interior. Así pasó media hora y el joven se percató de que la reciente mujer ya no respondía a sus constantes embestidas, salió de ella y la recostó en el piso, la mujercita yacía pálida, sus ojos ya no contenían pupilas sino un blanco majestuoso interrumpido por venas verdosas y lágrimas de sangre, la lengua se asomaba púrpura y la cabeza se tornaba más y más vertical indefinidamente, parecía imposible que un hueso pudiera moldearse de tal forma, las extremidades se alargaban de forma enfermiza y se fundían con el piso, el pelo de las axilas y la vagina se iba cayendo al ritmo de la danza macabra, el epitelio sufría mientras perdía densidad y centímetros, su carne simplemente decidió adherirse a la habitación, incluso las costillas que eran ahora visibles por la disolución del tejido parecían volverse líquidas y mezclarse en la sopa amarilla conformada de las entrañas de la mujer profanada, Jorge no pudo evitar darse cuenta de que Laura se estaba derritiendo.

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