Camino sombreado por muros, acaso no triunfante sino derrotado. No
conozco este laberinto imperfecto y
finito, superado desde hace tiempo por mis acompañantes. Cuando todo es laberinto, caminar juntos calma mis
angustias y mis miedos. Por ahora, la compañía
y no su compañía es lo que me alivia. Buscar encuentros es sencillo… tal
vez, no estoy seguro. En ocasiones donde
se cruzan los caminos inadvertidamente uno se sienta a esperar, también inadvertidamente, hasta que algo
sucede, alguien o algo aparece. Así la encontré a ella y no al revés como le parecía, uno
encuentra lo valioso, no lo vacío. Otras veces, en bocacalles uno se sienta a esperar hasta que
al fin aparecen. Así, maquinalmente, encontré a
mis acompañantes.
Me desvanezco entre grandes caminos polvorientos, fijos y
endurecidos. No hay árboles, no hay
raíces, no hay piedras en el camino. Parece que sigo el camino del no ser
mientras los únicos obstáculos emanan de
mí, sin todavía marchitarse. Transito por el laberinto conjeturando un
horizonte crepuscular. Reconozco por fin, y gracias a los recluidos, su belleza… también su atroz enigma. Mis
acompañantes son sus cómplices, no guías: son
cuidadores de caminos. La morfología del laberinto por ahora me es incierta
y desagradable. Sólo tengo un par de hojas, cenizas y un poco de óleo en mi
bolsillo para pintarlo.
Quiero pintar… pero cada trazo es una herida. Cada pincelada que
brota de mis manos, en este instante,
esta embriagada de desgraciados muros. A cada paso me emborracho de errores. Mi pincel no olvida que todo lo
desvirtúa, que no alcanza a acariciar la belleza del camino, que no agota al vasto laberinto, pero
sobre todo estos, mis primeros bocetos, no te
olvidan. Mis manos no
obedecen, nacen atravesándome, cortan mi ser e incrementan el dolor en mi nada; ascienden y descienden escogiendo
tu alma una y mil veces. Hoy pintar es morir. Hoy pintar es un gran arte suicida.
Sin embargo, este combate sucede en el
silencio de un corazón contradictorio. Siempre que batallo con los blancos
silencios de las páginas algo dentro de
mí me fuerza a seguir para liberarme. Debo pintar, pero sólo soy capaz muy lentamente. Debo pintar hasta que
sienta que es suficiente o hasta que quede
exhausto. Quizás esa fuerza que me empuja también seas tú, pues, después
de todo, sembraste la pintura en mi pluma en un reciente y ya imposible ayer.
El óleo tarda en secar.
Las constelaciones juguetean y entonces yo te escucho maestra… Sé que has
muerto, lo atestiguan mis ojos, mis oídos, la firmeza de la letra, mas mi
alma profunda, no. Es ya casi un año el
que me separa eternamente de tu oleosa mirada. Un tiempo breve si se mide
conforme al reloj, pero enorme si se mide por catástrofes espirituales,
días de absoluta soledad y devenires.
Siento en mi bolsillo aquellos viejos pliegos de carta, tupidamente cubiertos de tu escritura. Están
agrietados por el tiempo, resquebrajados y
amarillos. Entre sus resquicios y dobleces se han perdido frases
enteras.
Esfuerzo estos húmedos ojos. Leo tu primera página. No la
entiendo. Presuponen caminos y
horizontes que no he transitado ni pintado. No obstante, del hecho que no
entienda algunas cosas no se sigue que
esa tinta herida no me diga nada. Me preguntan si recorro el camino que busco. Me testifican que a todo caminar
juntos lo acosa, espontánea o voluntariamente,
un camino que se debe seguir solo. Me dicen, calentándome
el corazón, que los no caminos todavía
existen. Sus palabras me liberan… Algo cambia, su lenguaje deviene feroz,
me lastima y ahora camino herido. ¡¿Para
quién pintas?! Me gritan. No lo sé, no hay un rastro que me ayude más allá de la sangre. Sin
explicarse a mi mente viene tu muerte, primera
viajera errante en esta sociedad sedentaria. Todos se encierran, todo se
encierra, forma y materia. Caminar es
apertura… caminar no como cuidador de caminos, sino como cuidador del caminar. Las otras manos no me lo
permitirán… no importa ¡Yo pinto para mi sombra!
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