“Ya casi paso por ahí”, es lo que
todas las noches pasa por mi mente cuando estoy a dos cuadras de la Carrera 67
con Calle 14 cerca a La Hacienda. Antes, solía creer que era un ingenio
cruzarme el puente amarillo del Ingenio, aquel parque popular del cual, mucha
gente me había advertido no cruzar solo, especialmente en la noche, cuando los
depredadores acechan a sus victimas para arrebatarles lo poco y mucho que
tienen.
Al principio era normal oirlo,
pero vivirlo ya es cosa seria: empecé a caminar más rápido de lo normal,
desconfíé de las personas que se me acercaban, de tal modo que, si veía a
alguien detrás, bruscamente cambiaba de dirección hasta perderlo de vista.
Sin embargo, lo peor empezó esa
noche, cuando una sombra negra de aproximadamente 1.65 metros de altura con su
enorme garra blanca se acercó a mí. Ingenuamente, pensé que sólo quería decirme
algo, pero su presencia me dejó petrificado.
Agarrándome de la camisa, me
arrastró hacia el callejón. Indefenso, me encontraba cara a cara con una sombra
que no hacía más que mirarme con ojos de odio y rencor.
Buscando sobrevivir al ataque,
intenté sentir un dolor en el pecho para que mi actuación fuera lo más
verdaderamente creíble, pese a ello, mis esfuerzos fueron en vano. Mirando a
los alrededores, la sombra acercó su escalofriante garra a mi abdomen. Amenazó
que, si daba un paso más, su temible garfio atravesaría mi cuerpo.Y no tuve
mejor escape que entregarle mis pertenencias.
Como caperucita con su canasta,
la sombra se marchó con mi maleta en su mano, moviéndola de lado a lado.
Entumecido, di un leve paso hacia el frente como si fuera capaz de perseguirla,
sin antes ser sacudido por su filosa garra, que me hizo correr desesperadamente.
Al cabo de una semana, trataba de
superar infatigablemente aquella noche, lo cual era imposible. Justo al
amanecer, aquel acontecimiento me daría el tiro de gracia. Mientras caminaba
por el mismo sendero cercano a La Hacienda, un jinete me sorprendió de la nada,
apuntando directamente con arco y flecha.
Atónito, descifraba lo que
agitadamente me trataba de decir. Rápidamente comenzó a surgir un deja vu.
Aparenté un tono de voz tranquilo, diciéndole que ya me arrebataron lo poco que
tenía, y que si le servía de consuelo, traía conmigo una bolsa de vestimentas
para mi clase.
Como prueba de ello, saqué un
cepillo para peinar y se lo enseñé. Él me hizo ademán de no gustarle ese
objeto, de modo que lo volví a introducir en la bolsa. Medio segundo después,
no ajena a su vista, quería arrancarme la cadena que llevaba en mi cuello.
Seguramente, vio en ella algún valor codicioso, mientras para mí, significaba
tan sólo una protección divina que me había regalado mi madre.
Dilatando el momento, me fui
retirando la cadena. Tembloroso, le estreché mi valioso objeto con temor a
perderlo; sin embargo, el jinete inexplicablemente se paralizó al tenerlo
cerca. Ignorando mi ofrenda, azotó su corcel y dejándose llevar por su ímpetu,
no encontró más remedio que marcharse.
Desde entonces, mi estremecedor
refrán: “Ya casi paso por ahí”, es lo que cada noche y cada mañana inunda mi
mente cuando estoy en pleno escenario de la calle 14 cerca a La Hacienda, donde
fui emboscado por una garra y un arco; la primera triunfadora, y la segunda
perdedora. De alguna otra manera, sé que deambulan por las calles de la ciudad,
tratando de camuflarse por los senderos sin dejar rastro o huella que los
delate. Aun así, siento sus pasos, aún siento su sombra; que mezclados entre
sí, componen la misma criatura imperceptible.
Comentarios
Publicar un comentario
Tus comentarios enriquecen nuestra Biblioteca ¡Gracias por Visitarnos!