Se sentó en el sofá frente a la televisión. En la mesa del frente,
había una pistola. Miró el reloj en la pared; en tan solo segundos,
habían transcurrido horas. ¿Desde cuándo la memoria en la que tanto
confiaba le fallaba tanto? Pudo sentir un picor en la nuca y cómo le ardía la
cabeza; nunca había sentido tal cosa antes. Antes del accidente donde murieron
su esposa e hija... ¿Cuánto tiempo había pasado? Tal vez dos años o más,
no le importaba. Vio el arma; era tan tentadora. Un disparo y todo habría
acabado. Un disparo y sería libre. Un disparo y todo terminaría por fin.
Tomó el arma, la movió hacia su boca; podía sentir un deseo tan grande de
que la misma fuera disparada y atravesase su cráneo como fuego purificador. No
pudo hacerlo; en el fondo, no era más que un cobarde. Pudo sentirlo como
una fuerza, una marea que parecía una especie de engrudo, se iba
lentamente apoderándose de su cabeza desde el lado derecho hasta el
izquierdo. Hizo lo que pudo para contenerlo, pero no era suficiente.
Recordó aquel suceso, aquel maldito suceso. Era de noche en un
camino poco transitado. Llevaban unos días conduciendo, se habían estado
turnando. Se suponía que ambos habían descansado relativamente bien. ¿Qué
pudo hacer si hubieran cambiado de turno? ¿Y si a él le hubiera tocado
por la noche? Tal vez, aquello no hubiera sucedido. No pudo evitar
recordarlo; el auto cayó por un barranco, cayó cerca de 5 metros. Estaban
muertas. Solo recordaba despertarse y pensar en su hija; tenía que
ayudarla. Casi sin conciencia, entonces miró atrás; la parte trasera del
coche había sido destruida en el impacto con una roca. Entonces lo vio,
su hija, su pequeña, había sido destruida. Se desmayó. Al despertarse, le
dieron el pésame; su esposa e hija habían fallecido. No podía pensar, no podía
ser cierto. Uno esperaría que en una situación así, la persona llore,
pero él no pudo. No sabía por qué no podía, no podía llorar; quería, pero
no podía.
Los siguientes días estuvieron llenos de pesadillas, de miradas de
pena dadas por las enfermeras y de un sumido que lentamente se transformó
en un dolor en el cuello y la sien. Escuchó un sonido en el patio trasero
de la cabaña y de repente, todas aquellas reflexiones se fueron de su
mente. Aunque intentase, no podía recordar en qué había estado pensando
hasta hace solo unos momentos. El sonido se intensificó. Tomó el arma y
la metió en su pantalón. Caminó hasta la puerta trasera y lo vio: una sin
forma, una masa negra con dos ojos en la cara.
El pánico le hizo correr hasta las escaleras del segundo piso.
Mientras las subía, no pudo evitar pensar que, hace unos segundos, estaba
seguro de quitarse la vida. ¿Por qué huía? Entró en la habitación y se
escondió debajo de la cama como un niño pequeño. La criatura, con una
velocidad imposible para un ser de sus características, llegó a la habitación.
En ese momento, se puso el arma en la boca. Él quería morir, pero no así,
no comido por una criatura salida de quién sabe dónde. Pero en ese
momento, una ira le invadió; si iba a morir, bien podía ver a aquella
criatura antes. Mientras pensaba en ello, la criatura se introdujo por un
lado de la cama hasta quedar de frente con él. Tenía ojos humanos y una masa
negra informe; de sus ojos salía un líquido rojo.
¿Qué quieres? - preguntó con la voz temblándole mientras le
apuntaba con el arma. La criatura dio un gemido y dijo:
¿Q-qué s-soy?
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