VII Concurso del cuento corto, EL COLOR DEL SILENCIO

 


El teléfono sonó tres veces, pero él no quiso contestar, fue a acostarse y escuchó que alguien tocaba la puerta. Salió a asomarse por la ventana, pero no había nadie, volvió a la cama y mientras estaba acostado se preguntó: ¿será ella?, no pudo responder su duda, de tanto pensar se quedó dormido y la pregunta desapareció.

 

Al día siguiente se levantó y ya eran las 10 de la mañana, su alarma no sonó. Fue a la cocina y preparó su desayuno, mientras comía la duda la volvió a consumir y no paraba de preguntarse: ¿será ella? Ocho llamadas perdidas de su lugar de trabajo, no quiso contestar y terminó su desayunó con tres tragos seguidos de whisky que lo emborracharon enseguida, su duda y el licor seguían dando vueltas por su cabeza. Una sombra negra pasó por detrás de la cortina de la ventana de enfrente y escuchó un susurro que dijo: “Sí, soy yo”. Se quedó quieto en la mitad de la sala con los ojos bien abiertos sin decir nada, gotas de sudor bajando por su frente, el corazón latía cada vez más fuerte y un frío incesante rondaba por su cuerpo, cerró los ojos con la idea de que acabara todo rápido. Pasaron veinte segundos y cuando los abrió la sombra ya no estaba y la borrachera tampoco.

 

Eran las 6 de la tarde y se encontraba sentado mirando a un punto fijo en la pared sin decir nada, ¿qué había hecho en toda la tarde? Ni él mismo sabe, la imagen de esa sombra recorría sus pensamientos, su respiración estaba agitada y de repente sonó el teléfono, al verlo contestó automáticamente como un robot, del otro lado había total silencio. Después de cinco segundos se escuchó de nuevo una voz que le dijo: “Sí, soy yo”, tiró el teléfono y empezó a respirar mucho más agitado, volvió a sudar cuando vio una mano asomarse por la puerta de su habitación, efectivamente, era ella, era el recuerdo vivo de ella, su cabello, sus manos, su piel, su amor y su odio parado frente a él. La casa estaba invadida por el silencio, ese mismo silencio que se pintó con un charco de rojo sobre el suelo y una carta que decía: “Sí, soy yo. Y si tu amor no es mío, nadie más gozará de él”. Al menos después de esto, la duda de saber si era ella, ya no está.


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