VII Concurso del cuento corto, ACERCA DEL CARÁCTER

 


"Voy a morir", se repitió para sí mismo, como si intentara entender una realidad que se le  escapaba, como si no fuera algo que sabía que podía pasar. Como si todos esos años de  estar en aquella tierra perdida de la mano de Dios no hubieran hecho ni un poquito de mella  en él, casi con la inocencia de un niño que no entiende el significado de dicha frase. Las  piernas le temblaban, el corazón le daba tumbos, la mente le daba vueltas. Sintió en ese  momento una sensación de querer caerse al suelo y llorar, como solo lo puede hacer un  niño. 

Se agarró a una pequeña silla ubicada en medio de la habitación, como si fuera un chiste.  De la vida se rió, iba a morir, tan solo había estado media hora en aquella habitación. Pero  cada objeto la misma le parecía tan familiar, cada uno le traía una nostalgia tan profunda  como si hubiera vivido allí toda la vida. Con la mano libre tomó el revólver que llevaba en  su cinturón. Mientras lo veía, no pudo evitar ver cómo la mano le temblaba como a un niño  pequeño. Intentó poner firmeza en su agarre, pero no pudo. ¿De qué servía hacer algo así?  ¿Para qué esforzarse?, pensó. 

Abrió el tambor como ya sabía, vio cinco balas, tan solo cinco balas. Era una banda grande,  serían como mínimo una docena de hombres y él tan solo tenía cinco balas. No pudo  quitarle la vista al arma, parecía tan bella. Había sido su única compañía en aquella  travesía. Recordó cuando su padre le contó aquellos sobre cuentos de hombres libres que no  le temían a nada, que vivían por sí mismos, sin miedo, sin ataduras y sabiendo que un día  morirían. 

Vio su arma y recordó cómo la tomó "prestada" de su padre el día que murió su abuelo, el  día que le tocaría asumir la responsabilidad de una familia cuyo linaje se extendía desde  tiempos inmemoriales. Decidió que nada de aquello le importaba: sangre, linaje, raza,  mantener el nombre familiar. Todo aquello no era más que tonterías. Pero ahora se  preguntaba si aquello no había sido en el fondo un acto de cobardía. Si haberse ido a  aquellas tierras, donde todavía quedaba espacio para un hombre como los de las leyendas,  no había sido en el fondo huir. Huir de un padre castrante pero que cada vez más tan solo le  parecía un hombre cansado, un hombre cansado de llevar una carga tan pesada que él  mismo no quiso llevar. Aquellas miradas de desaprobación cada vez más le parecían el  intento de un padre por hacer de su hijo un hombre más fuerte, uno más fuerte que el  mismo. 

Recordaba aquellas lecturas obligatorias que parecían hablar de cosas que nunca le serían  útiles. Memorias familiares, las gestas de los antepasados, la historia del pequeño 

marquesado que daba nombre a su familia. Todo aquello que le parecía tan inútil, ahora le  parecía preciado, como si fuera la parte más profunda de él, tan profunda que ni él mismo  podía verla. Recordó a su madre, aquella mujer siempre distante con la mirada ida, y por  primera vez pensó en el sufrimiento que tendría que haber soportado para ser así. y él les  arrebató a su hijo, caviló. A su único hijo. Se mareó, le dolía la cabeza, sentía que le iba a  explotar. 

Recordó a la chica con la que se suponía se iba a casar. ¿Qué le habría pasado cuando se  fue? La humillación y el bochorno que debió pasar por su culpa. Era su culpa, todo aquello  era su culpa. Solo quería sentarse, lentamente se sentó. Recordó a su mejor amigo, aquel  chico con el cual había pasado sus tardes. ¿Qué estaría haciendo aquel? ¿Lo recordaría  siquiera? ¿Alguien lo recordaría? ¿Quién lo recordaría? Era tan tentador quedarse así hasta  que todo pasase y todo hubiera terminado. 

Justo antes de sentarse, se levantó. No sabía si era un cobarde, no sabía si había huido. Lo  que sí sabía era que iba a morir. Miró a la puerta, preparó su arma mientras caminaba,  parándose justo antes del umbral. En ese momento, decidió que iba a morir.



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