Como a quien le pasa
una cinta de recuerdos frente a los ojos, ella se quedó mirando con nostalgia
los movimientos suaves y monótonos que hacían.
Esas palmas, que
antes cargaban racimos de coco sin ninguna dificultad, ahora no soportaban ni
el peso de una hoja. Habían perdido tanta fuerza y vitalidad que los solos
roces del viento las lastimaban.
Al final, y movida
por afanes ajenos, la nieta le retiró el documento de la mano y tuvo que
escribir por ella: “Sí, autorizamos la sedación paliativa”.
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