El filo de su falda azul se
levantó con agresividad. La mano que la levantó estaba inquieta. Por esto, su
piel se erizaba y sentía un frío recorrer su espalda mientras cerraba los ojos
tratando de dejar su mente en blanco y de que el tiempo pasara más rápido, las
sábanas, las ventanas y la opacidad de las lámparas de la habitación eran
testigos de cómo el cuerpo se extendía por toda la cama.
Las manos volvieron a aparecer y
tomaron la piel con fuerza, apretando, golpeando y halando. Cabellos empezaron
a surgir y se llenaban de oscuridad, la falda ya no estaba, había sido rasgada
y asesinada por esas manos, solo quedaba la piel al desnudo. El sudor bajaba
por la frente de él mientras sus manos no dejaban ir la piel, la sostenía y la
mantenía bajo su poder, la paz y el placer de poder elevar su cuerpo sobre otro
en un baile ilícito y placentero de su mente enferma por llenar un vacío.
Mientras tanto ahí estaba la inocencia, una inocencia que ya estaba perdida,
que se había muerto junto con la falda y que solo había vivido diez años dentro
de un cuerpo alegre.
La agresividad volvió a surgir,
golpes, sangre y gritos recorrían la habitación. El frío se tomaba el cuerpo de
ambos, la desesperación de ese pequeño cuerpo por salir y olvidar las manos
encima de su piel. Las lágrimas adornaban las mejillas y la luz les daba vida
frente a un rostro tomado por la desgracia, no sabía lo que pasaba, pero no era
placentero. Sus manos apretaban las sábanas y la almohada tratando de omitir el
dolor, pero este no desaparecía, era la hora del dolor y este no lo dejaría
pasar.
Mientras tanto arriba suyo estaba
el cuerpo enfermo y maldito de una criatura consumida por el vacío, su cuerpo
lleno de sudor, sus ojos cerrados y una sonrisa de placer acompañaba cada
movimiento, cada golpe, cada grito y cada lágrima. El sonido de esto lo hacía
elevarse mucho más y su alma se encontraba en un paraíso, un paraíso solitario
que solo podía ver él y nadie más.
El pequeño cuerpo quedó tendido
en la cama con lágrimas secas y sangre por todos lados. Ahí había muerto la
inocencia y un alma llena de vida. La criatura enferma estaba en el piso de
abajo tomando una cerveza mientras suspiraba y recordaba cada segundo e
instante de lo que acababa de hacer.
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