VII Concurso del cuento corto, INICIACIÓN

 


Las noches en Bogotá son frías. Oscuras. Temerosas. Claudia es una mujer de unos veinte años y recorre frecuentemente las calles de la capital, pues su trabajo, se lo exige; además, el turno de la noche es mejor pagado y Claudia necesita el dinero para cubrir los gastos de su universidad.

Anteriormente, Claudia había escuchado rumores sobre aquel grupo de vampiros que atemorizaba la ciudad: seres pálidos que se hacían pasar por anfitriones de las mejores fiestas para secuestrar a inocentes y tomarse su sangre antes del amanecer, para luego dejar sus cuerpos tirados en los andenes y… — ¡Claudia!

¡Señora! 

Mujer, ¿en qué está pensando? — le preguntó su compañera — mire, acá está el pago de la semana pasada.

Ay, María. Gracias — le dijo — María, ¿usted qué piensa de los vampiros? ¿eso será verdad?

Deje de estar haciéndole caso a Román. Como a él no le toca nocturno, le gusta hablar de eso. Además, usted está muy joven y por eso le cuenta esas cosas, para asustarla.

Ay sí, es verdad. Bueno, será irme ya. El turno se ve largo.

 Mientras daba la ronda, Claudia hizo unas cuantas llamadas

Jefe, todo en orden. No, ya no estoy preocupada, ellos creen que es mentira. No son tan inteligentes — un hombre hacía preguntas al otro lado del teléfono y ella le respondía con respeto — No, no he podido encontrar a nadie, pero sigo en la búsqueda. Sí, ya quiero iniciarme. Bueno, adiós.

Claudia colgó la llamada y al levantar la mirada, vio a un joven que estaba sentado en un banco frente de una casa, donde había una fiesta.

Una fiesta — pensó Claudia — este es el momento perfecto. 

Claudia iba armándose de valentía mientras se acercaba al joven, pero de repente, notó que era Román, su compañero. Eso la tranquilizó,  pero también la inquietó.

Román, ¿usted qué hace acá? Yo pensé que estaba descansando. Usted sabe que por acá no se pueden hacer fiestas hasta tan tarde.

Román se puso nervioso al ver a Claudia ahí, se levantó de la banca y con una voz casi desesperada, le dijo:

Claudia, váyase de acá — pero entonces se tranquilizó y habló en un tono más frío — esta gente tiene permiso de hacer la fiesta, usted siga haciendo ronda.

¿A usted lo invitaron, Román? Supongo que si tienen permiso, no van a oponerse a que yo entre. Acompáñeme.

Claudia — dijo Román, de nuevo desesperado — váyase. Al jefe no le va a gustar saber que usted está acá, menos que yo estoy acá ¡Váyase y no le diga a nadie!

Román empujó a Claudia, pero esta, que tenía conocimientos en defensa personal, pudo sostenerse. Incluso, se sobrepuso ante aquel joven y lo lanzó al suelo. 

Claudia, váyase. Por favor, váyase y no le diga a nadie.

Tantos gritos advirtieron a los participantes de la fiesta, quienes salieron a ver qué era tal alboroto. 

Miren todos, ¿qué tal la cena de iniciación que se trajo Román?— dijo un invitado y los demás se rieron.

¿Es en serio? — dijo el anfitrión — Román, me temo que se le adelantaron.

Entonces, este se dio cuenta de todo. Claudia era una mentirosa, hacía parte de ellos y lo peor de todo, lo tenía sometido.

Ay, Román — le dijo la mujer con un tono de lástima en su voz — y yo que pensaba que actuar no hacía parte de mis cualidades. 

Claudia le dio una mirada sarcástica al anfitrión y aunque el joven rogaba por su vida, ella no iba a perder su oportunidad, no era tan ingenua como él.

Jefe, hoy tiene que haber una iniciación. 

El hombre sonrió y los demás invitados gritaron entusiasmados, mientras alzaban las copas y preparaban todo para el ritual en el que el inocente Román se convertiría en un recuerdo. 


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