Las noches en Bogotá son frías. Oscuras. Temerosas. Claudia
es una mujer de unos veinte años y recorre frecuentemente las calles de la
capital, pues su trabajo, se lo exige; además, el turno de la noche es mejor
pagado y Claudia necesita el dinero para cubrir los gastos de su universidad.
Anteriormente, Claudia había escuchado rumores sobre
aquel grupo de vampiros que atemorizaba la ciudad: seres pálidos que se hacían
pasar por anfitriones de las mejores fiestas para secuestrar a inocentes y
tomarse su sangre antes del amanecer, para luego dejar sus cuerpos tirados en
los andenes y… — ¡Claudia!
— ¡Señora!
— Mujer, ¿en qué está pensando? — le
preguntó su compañera — mire, acá está el pago de la semana pasada.
— Ay, María. Gracias — le dijo — María,
¿usted qué piensa de los vampiros? ¿eso será verdad?
— Deje de estar haciéndole caso a Román.
Como a él no le toca nocturno, le gusta hablar de eso. Además, usted está muy
joven y por eso le cuenta esas cosas, para asustarla.
— Ay sí, es verdad. Bueno, será irme ya. El turno se ve largo.
Mientras daba la ronda, Claudia hizo unas
cuantas llamadas
— Jefe,
todo en orden. No, ya no estoy preocupada, ellos creen que es mentira. No son
tan inteligentes — un hombre hacía preguntas al otro lado del teléfono y ella
le respondía con respeto — No, no he podido encontrar a nadie, pero sigo en la
búsqueda. Sí, ya quiero iniciarme. Bueno, adiós.
Claudia colgó la llamada y al
levantar la mirada, vio a un joven que estaba sentado en un banco frente de una
casa, donde había una fiesta.
— Una fiesta — pensó Claudia — este es el
momento perfecto.
Claudia iba armándose de
valentía mientras se acercaba al joven, pero de repente, notó que era Román, su
compañero. Eso la tranquilizó, pero
también la inquietó.
— Román,
¿usted qué hace acá? Yo pensé que estaba descansando. Usted sabe que por acá no
se pueden hacer fiestas hasta tan tarde.
Román se puso nervioso al ver a
Claudia ahí, se levantó de la banca y con una voz casi desesperada, le dijo:
— Claudia, váyase de acá — pero entonces
se tranquilizó y habló en un tono más frío — esta gente tiene permiso de hacer
la fiesta, usted siga haciendo ronda.
— ¿A
usted lo invitaron, Román? Supongo que si tienen permiso, no van a oponerse a
que yo entre. Acompáñeme.
— Claudia — dijo Román, de nuevo desesperado — váyase. Al jefe no
le va a gustar saber que usted está acá, menos que yo estoy acá ¡Váyase y no le
diga a nadie!
Román empujó a Claudia, pero
esta, que tenía conocimientos en defensa personal, pudo sostenerse. Incluso, se
sobrepuso ante aquel joven y lo lanzó al suelo.
— Claudia, váyase. Por favor, váyase y no
le diga a nadie.
Tantos gritos advirtieron a los
participantes de la fiesta, quienes salieron a ver qué era tal alboroto.
— Miren todos, ¿qué tal la cena de
iniciación que se trajo Román?— dijo un invitado y los demás se rieron.
— ¿Es en serio? — dijo el anfitrión —
Román, me temo que se le adelantaron.
Entonces, este se dio cuenta de todo. Claudia era una
mentirosa, hacía parte de ellos y lo peor de todo, lo tenía sometido.
— Ay,
Román — le dijo la mujer con un tono de lástima en su voz — y yo que pensaba
que actuar no hacía parte de mis cualidades.
Claudia le dio una mirada
sarcástica al anfitrión y aunque el joven rogaba por su vida, ella no iba a
perder su oportunidad, no era tan ingenua como él.
— Jefe, hoy tiene que haber una
iniciación.
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