MÁS DIABLO CONOCIDO QUE DIABLO POR CONOCER Entonces saludé al diablo: «buenas noches —le dije sin mirar—. ¿Qué te trae por aquí?». Él no respondió, como siempre, arrastrando ese olor amargo, como cuando uno quema un caucho, y con los cachos rozando la pintura del techo. Hizo un ademán con la mano, sacudió la patas e hizo un cascareo en el piso, como cuando alguien baila carranga. En un frenesí de entusiasmo, me gritó: «Hoy por fin me firmaron el retiro». Finalmente tenía mi atención. Me sacudió esa sensación del miedo: las patas me temblaron, el guargüero me hizo ebullición, sentí la lengua más allá del paladar, fue como si se me desplumaran las nalgas. Después de más de una vida —muchos dicen que incluso más—, San Pedro le había permitido retirarse. «¿Y ahora?» lo cuestioné. Señor diablo, —Belial, Satán, Lucifer, Azrael o Chango— nunca supe cómo debía llamarlo. Lo único que sé es que solo sabe llevar la contraria. «No sé —respondió riendo— ir al carnaval en Rio, bailar en Juanchito, i...