EL SUSURRO DE LA CABAÑA
En las afueras de un pequeño pueblo, donde la neblina se mueve lentamente entre los árboles, se encuentra una cabaña casi completamente cubierta por la maleza. Cada vez que el viento sopla, parece que un leve lamento se escucha de sus viejas paredes, como si el lugar intentara hablar en susurros. Los habitantes del pueblo rara vez dirigen la vista hacia allí, ya que todos saben que esa cabaña ha sido el centro de varios sucesos inexplicables.
Cuanta una historia que, hace décadas, un hombre llamado Samuel vivió en la cabaña. Samuel era conocido por su obsesión con los rituales oscuros. Se decía que pasaba horas en el bosque realizando extraños cánticos. Nadie sabe a ciencia cierta qué es lo que hacía, pero después de un día, Samuel desapareció sin dejar rastro. La cabaña quedó abandonada y con el tiempo, se convirtió en un lugar de rumores.
Una tarde, un grupo de estudiantes universitarios decidieron explorar la cabaña. Entre ellos estaba Laura, una joven curiosa con un interés particular en la historia, y sus amigos Tomás, Marta y Luis. La idea de adentrarse en la cabaña les parecía emocionante, aunque algunos del grupo estaban inquietos por las historias que escucharon sobre el lugar.
Al llegar, la cabaña parecía aún más inquietante de lo que imaginaban. La estructura estaba cubierta de telarañas,con ventanas rotas y una puerta con rasguños. El aire dentro estaba cargado de humedad y un frío insoportable. Laura encendió una linterna y comenzó a investigar, mientras el resto del grupo la seguía.
En el interior, encontraron varios objetos: una vieja silla y un reloj de pared parado en las 3:15. Pero lo que más les sorprendió fue el extraño mural en una de las paredes. Dibujado en una mezcla de tierra y lo que parecía ser sangre seca, había una serie de símbolos desconocidos y una figura central que se asemejaba a una criatura con múltiples ojos.
A medida que exploraban, comenzaron a escuchar susurros. Laura intentó grabar los sonidos con su teléfono, pero cada vez que revisaba la grabación, no había rastro de los susurros. La tensión en el grupo aumentaba, y cada uno empezaba a sentir una presencia.
De repente, Tomás encontró un viejo diario debajo de una tabla rota. El diario estaba lleno de anotaciones caóticas sobre rituales, pero había una que llamaba particularmente la atención. Samuel había escrito sobre un "susurro" que podía comunicarse con las almas perdidas y demonios.
Al leer esto, el ambiente en la cabaña cambió drásticamente. Los susurros se hicieron más fuertes, como si intentaran formar palabras coherentes. Marta, sintiendo una presión en el pecho, sugirió que se fueran, pero Laura, decidida a descubrir la verdad, insistió en quedarse.
De pronto, una figura emergió de un rincón de la cabaña, sus extremidades desproporcionadas arañaban el suelo mientras avanzaba con una lentitud aterradora. Los ojos, vacíos y brillantes, parecían consumir la poca luz que quedaba. La linterna parpadeó, pero pronto se apagó, abandonándolos en la oscuridad. Los gritos de desesperación resonaron en el bosque mientras los estudiantes luchaban por encontrar la salida El ser emitió un gruñido inhumano, soltando un olor a putrefacción, como si la muerte estuviera con ellos. Uno de los estudiantes, temblando de pánico, intentó encontrar la puerta, pero sus manos sólo rozaban las paredes húmedas y frías, como si la cabaña misma los hubiera atrapado dentro de su arquitectura.
De repente, un ruido resonó a sus espaldas: uno de ellos había caído al suelo, atrapado por algo desconocido. Su grito fue interrumpido por el sonido de garras arañando la carne, seguido de un silencio que resultaba aún más aterrador. Los demás no se atrevieron a mirar atrás, pero sabían que lo que fuera que los acechaba ya había cobrado su primera víctima. En medio de la oscuridad, sólo se escuchaban respiraciones entrecortadas y el suave arrastrar de las garras de la criatura que se acercaba lentamente, disfrutando del terror que había sembrado.
Cuando el grupo finalmente logró escapar. Nadie quería hablar sobre lo que habían visto. La cabaña permaneció en el mismo estado, sin señales de haber sido explorada. Pero algo había cambiado en ellos. Sabían que habían tocado algo más allá de su comprensión.
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