LA SUTILEZA DE LA ADMIRACIÓN
Acuérdate, John, de aquella bella chica de mirada encantadora que con esos ojos diáfanos se robaba las miradas de todos. Evoca aquellos pasos de baile suyos que nos hacían quedar como si aplastáramos cucarachas. En ese cúmulo de cuerpos balanceándose de un lado a otro solo estaba ella. Rememora la fineza y delicadez con la que escribía, como con cada párrafo ilustraba mundos tan fantásticos como los de Asimov pero tan oscuros como los de Poe.
Rememora, John, aquella chica con su largo y sedoso cabello, cejas tan bien depiladas, labios brillantes y encantadora sonrisa. Acuérdate, pues cuando hablaba de ella me temblaban los labios y mis mejillas se sonrojaban. ¿Recuerdas? Me preguntaste si hablaría con ella, tus palabras se sintieron como navajas porque sabía que no sería capaz de hacerlo, mi timidez me abrumaba y superaba.
Haz memoria, John, de aquellos intercambios de miradas que tenía con ella, me dejaban confundido, ya que no sabía si dirigía su mirada hacía mí por gusto o porque le estorbaba para ver al tablero. Acuérdate cuando tú hablabas con ella y yo me volvía parte de tu sombra, solo observaba el agite de sus labios y asentía la cabeza como un niño regañado a todo lo que ustedes decían incapaz de soltar frase alguna.
¿Te acuerdas, John? Como mientras nos encontrábamos en el bus con los infinitos trancones de la ciudad, siendo sacudidos como sacos de papa, te relataba con gran exaltación estos minúsculos detalles que hacían casi palpables los pulsos de un corazón delator, o bueno, también pudo haber sido por todos los accidentes que vimos ese día. No te culparía si no lo haces, después de todo ya no me seguiste acompañando.
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