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VIII concurso del cuento corto, BLANCA PERO MAS GRIS

      BLANCA PERO MAS GRIS

En una tarde del mes de septiembre que está por acabar, hace frío. Después de tanto tiempo está lloviendo, hay brisa helada en el ambiente y una ciudad en silencio a eso de las 4:30 pm.

Una vista preciosa, hermosamente gris, un día en el que Julia se embriaga con el olor de la tierra y sus frutos cebados, mientras ella yace acostada en su nube de injuriosos pensares incesantes, meciendo sus manos, sus brazos, sus piernas con el pasar de los minutos. Mirando hacía la ventana, se fija en las nubes, un manto espeso que recubre la silueta del pequeño mundo que ella observa, asemejándose a un lienzo demasiado amplio que está a punto de ser impactado por alguna creación atómica. ‘‘¿Ese lienzo será suave o estará vacío?’’ Se pregunta Julia, aunque no deja de ser hermoso, con un sentimiento de amargor, una sepa de tristeza que invade su pecho. Esa inmensidad tan blanca y ella tan gris. Los dolores que Julia guarda en su interior se sienten como afilados colores de madera punzando sus órganos vitales, de manera incesante, acorralándola para que les otorgue la libertad y la potestad de sumirla en pensamientos realmente horribles, como uno en  particular que empieza como pregunta:

‘‘¿Las personas traumadas no pueden tomar?’’

‘‘¡No la entiendo!’’, exclama Julia mientras se retuerce y se agarra el cabello, haciendo que su cabeza se agache y ya no este postrada hacia arriba viendo las nubes. ‘‘¿Es culpa mía por estar traumada? ¿es culpa mía por tomar? O ¿son ambas?’’. Debate sola en el cuarto como si alguien la estuviera escuchando. Revisa su espacio, mira a su alrededor y como bebida tardera, una cerveza, que aromatiza la habitación y anda relajando cuerpos, como al parecer lo hacía con el de Julia, pero como en la propaganda, falta algo importante, los amigos con quien la bebes o ¿qué opinan?

‘‘¿Amigos? ¿y mis amigos? No son parte de esta realidad’’, murmura Julia. ‘‘Mis amigos me escuchan, me miran llorar y se acercan, pero hoy no están, se han esfumado. Ellos me abrazan, me escuchan, me miran, haciéndome sentir del otro lado del cielo gris’’. Hoy, sin embargo, no es así.

‘‘Mucho tiempo o poco, que importa, eran mis amigos y de alguien más también. Ahora ya no son seis cervezas sino siete, impar, como los días de la semana’’, piensa Julia. Días que pasan aun llenos de un color naranja grisáceo, como de podrido.

‘‘Mis amigos hoy, calculan la hora con su reloj para que llegue la sombra de la noche, para acercarse demasiado a mí, pero ya no me abrazan, ni me miran a la cara y así quieren que yo me lamente, - dime más- me dicen’’. 

‘‘Mis amigos me repudian. Me repudian, me repudio’’. Imponente Julia quería lucir, como estrella, pero ahora yace tras una nube que cambia de espesor, con una luz demasiado tenue para hacerse notar.

‘‘Mis amigos me llenan de pavor, ahora, mis amigos son tus amigos, pero tus amigos no son mis amigos’’. Por eso y mucho más ‘‘¿Quiénes son mis amigos?... Ve tú a saber’’, desiste Julia, espantosa bruma gaseosa que confunde mentes pensantes y remplaza las tardes de café y té, bruma que sigue siendo blanca, fría y abundante, que sin personas persiste, pero con ellas se convierte en un sorbete de vaivenes rancios. 

Así concluye Julia, estando en el lado gris de su mismo cielo, quien no encuentra salida de sí, sumida en manos, brazo y piernas que no siente como suyas, mirando a un cielo que parece tan distante como ella misma. 




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