GABRIELITA
Ahí estaba él a su derecha roncando como de costumbre, con el pantalón a media nalga, tirado sobre la cama; sin forma. Con el alcohol siendo destilado de su piel canela, con la falta de vergüenza que lo caracteriza; sin un peso en los bolsillos y la nevera con las tripas vacías. Siendo el machoman que gasta las cervezas y se baila a las putas del pueblo, el que se deja una abertura en su camisa sucia para dejar en evidencia el vello canoso que según él, vuelve loca a las mujeres. La verdad era que Jorge solo sabía beber, mentir, fracasar y golpear a su esposa. Todo un macho.
Gabrielita a su costado, abarcando el bordecito de la cama casi al lado de un peñasco. Con una pijama larga, el cabello desarreglado, el sudor del día encima; estrategia que usaba para evitar las caricias y afectos de don jorge. Ahi arrumada en una esquina reflexionaba y hablaba entre dientes con ella misma:
No entiendo cómo después de haberse bebido el dinero, venía con su tufo y descaro a robarme un beso, y a pedirme hacer el amor, como si de amor se tratase. Solo viene a interrumpir mi sueño, a profetizar su amor fraudulento tan solo por un poco de mi carne, definitivamente a él solo le vale mi vagina, que la comida esté caliente en la mesa y que pueda recibir los golpes de su fracasada vida.
Estoy cansada, mamá ya me había dicho que esto de ser mujer es de aguantar y esperar el cambio, que unos golpes, apretones, morados, heridas vaginales, alegatos, desprecios y humillaciones, son batallas de una buena mujer cristiana. Que el amor cambia a la gente y que es mi deber ser fiel, fue lo que me dijo el padre de la parroquia. -No pierda la fe, espere en Dios- Ya me han salido canas esperando y no estoy vieja, me case muy joven e ilusa y me deje comprar por rosas y palabras bonitas. -Que bien sabes mentir-
Creo que esto de esperar en Dios es una fila muy larga y no creo aguantar un alegato y dos pellizcos. Estoy mamada. Lo único que me ata a ti es la necesidad y mi fe pero el hambre se aguanta y la fe se rompe. Mañana que estes en el campo recogiendo café, cogeré mis chiros y me iré a buscar a la niña que murió cuando me case contigo. Ya no le tengo miedo a la mirada juzgadora del cristo colgado sobre la cama, ni al qué dirán de las cristianas de la parroquia, que compiten para ver quien aguanta más golpes.
Ya hace más de un año que no me reconozco en el espejo, no encuentro una foto mía en la memoria, ¿De donde salieron estas arruguitas, estas canas, esta palidez en los labios?. ¿Dónde estoy? ya no puedo abandonarme ¿Dónde habré dejado mi equipaje? el que traje cuando me case contigo. ¿Aún estaran mis sueños ahí guardados, estará el amor propio? Me voy con esta señora por cuerpo a buscarme, me voy con miedo, hambre, sola, sin casa, sin a donde arrimar y ser recibida, me voy. Mañana me voy. Adiós Jorge. Ahí te dejo la poca comida que quedó de ayer, bien tapada sobre la mesa, la ropa está lavada, colgada, y la ropa seca, te la dejo ahí. Es lo último que tendrás de mí.
Gabrielita acostada contemplando su partida, con la mirada bien clavada al techo, con las manos recogidas sobre su vientre, a la espera del sueño y con la precaución de no levantar a su marido Don jorge, toda su fantasía que había dado como resultado una decisión, se veía interrumpida por las ganas de ir al baño. Su afán se debía a que trasvocaba lo comido y ahí desparramada, aferrada a la taza, su miedo a una condena larga la confirmaba el dolor de seno y una pequeña barriguita. Síntomas que no sospechaba pero que se le mostraba ante los ojos, síntomas de una condena. Culpable, culpable de ser mujer, cristiana e ilusa.
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