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VIII concurso del cuento corto, POSEIDO

 POSEIDO

Cada vez veía menos el paisaje a mi alrededor, solo la oscuridad y la espesa niebla que me rodeaban. Creo que anduve en círculos, lo más seguro es que por un muy buen tiempo, porque la noche cayó. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y empecé a sentir miedo. De repente, escuché un ruido entre los árboles. Me detuve en seco y mi corazón comenzó a latir con fuerza. ¿Qué sería? ¿El lobo? ¿El duende? Cerré los ojos con fuerza y recé en silencio. Y cuando abrí los ojos, el ruido había cesado. Respiré hondo y continué mi camino, aunque con el temor aún vivo en mi cuerpo. Creo que corrí un tramo más adelante, pero la niebla era cada vez más densa y el camino se hacía cada vez más difícil de transitar. Tropezaba con las piedras y las ramas de los árboles y mis botas de caucho se llenaron de barro. En un momento dado, me di cuenta de que estaba perdido. No sabía por dónde ir ni cómo llegar a la casa de la prima Rosaura. El miedo se apoderó de mí y comencé a llorar.

De repente, vi una luz a lo lejos, pensé que era una casa, pero no fue así. Entonces cerré los ojos y recé el padrenuestro siete veces, cuando los volví abrir los ojos poco a poco, y vi cómo se acercaba una mujer de unos dos metros que cargaba una cruz negra muy pesada. Llevaba por toda ropa una túnica negra. Yo estaba llorando, cagado del miedo. Y a pesar de todo, ella me parecía una mujer bellísima.

—¿Por qué lloras, mi niño? —dijo ella. 

—¿Quién es usted? —le pregunté al encontrar mi voz.

—Soy viuda. A mi marido lo mataron hace muchísimo tiempo. Le hicieron llevar esta cruz por toda la sierra. Cuando mi marido no pudo arrastrarse más, lo mataron.

—¿Su marido es Jesús? —le dije y ella empezó a reír, pero sus carcajadas parecían más arcadas de dolor.

—Mi marido no es él, por eso no revivió, ni le hacen homenajes ni procesiones. Tú eres como mi marido, con esa cara de ojos pequeños y la piel tostada. No como ese Jesús al que la gente se le arrodilla. Pálido y mono —Toma mi cruz —la toqué y sentí una agonía inmensa como si la tierra me gritara me sacudiera por dentro.

—Así se siente el olvido — dijo la viuda. Cogió la cruz de nuevo y empezó a hablar:

—Vienes de los Guaitaros, sos parte de mi familia. Ese es el nombre de la nación indígena que habitó toda esta región, desde las riberas del río Guitara hasta las faldas del Volcán Azufral. Nuestras ruinas antes aldeas prosperas todavía se pueden ver en la ciudad de Túquerres. Única evidencia de que una vez respiramos.

Al comienzo del alba, me vio con esos ojos negros tan intensos que combinaban con la noche, y me ordeno:

—Lo mejor es que no le cuentes esto a tus papás. Te van a castigar, pero ten: te dejo este regalo —Ella me besó la frente y quise gritar, pero no salió nada en español. De mi boca salían sonidos extraños, parecidos a los que gritan los indios que suben por la sierra. Intente preguntar, ¿qué me hiciste? Pero salieron frases en una lengua extraña, pensé que estaba poseído por un demonio. Ella me habló en esa misma su lengua confusa pero logré entender lo que dijo:

—No olvides a esta viuda.

Me dio un golpe en la cabeza con la cruz. Cuando desperté, estaba en el inicio de la trocha. Subí a mi casa y mis papás me dieron una tunda legendaria. No les dije lo que había encontrado, porque ya era tarde y querían dormir al igual que yo. Después de ese día no volví a encontrarme con la viuda. Yo sé que ella me escucha. Lo sé porque hace una semana que se me olvidó el padrenuestro y cuando pensé en Jesús casi se me escurre por los labios el sonido del demonio. La lengua que ella me enseñó y que proviene de mi pueblo.




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