UNA AMISTAD INCONDICIONAL
Christopher era un hombre mayor, arrugado y pálido, con ojos tristes que reflejaban el dolor de una vida marcada por la pérdida. Sus cicatrices eran testigos de su sufrimiento, y sus dientes amarillos y ropas sucias hablaban de su abandono. En las calles, lo llamaban “el loco”, pero en otro tiempo había tenido todo: una familia, un hogar y una felicidad que se desvaneció con la trágica muerte de su esposa e hijo en un atentado.
Sumido en el dolor, Christopher buscó consuelo en el alcohol, pero este solo lo llevó a renunciar a todo lo que había amado. Así fue como terminó viviendo en las calles, donde cada día se sentía más perdido y sin valor. Dormía bajo un puente en la Avenida 57; recogía comida de los contenedores de basura y se convirtió en la sombra del hombre que alguna vez fue.
Un día, mientras buscaba algo para comer, escuchó un gañido que provenía de una bolsa negra. La curiosidad lo llevó a abrirla y encontró un precioso cachorro asustado. En ese instante, se preguntó cómo podía haber tanta crueldad en el mundo. Sin pensarlo dos veces, decidió llevar al cachorro a su “hogar” improvisado. Lo llamó Sultán y, aunque al principio era tímido y distante, pronto formaron un vínculo especial. Juntos exploraban las calles, buscando comida y reciclando botellas. Sultán se convirtió en su compañero fiel; celebraban cumpleaños compartiendo pequeños pasteles y disfrutaban juntos de la Navidad.
A pesar del dolor por la pérdida de su familia, Christopher encontró alegría en los momentos compartidos con Sultán. El perro estuvo a su lado en sus momentos más difíciles y le enseñó a amar nuevamente. Sin embargo, un día Sultán se enfermó y Christopher no tenía dinero para llevarlo al veterinario. Afortunadamente, una persona generosa intervino y ayudó a salvar al perro.
Los años pasaron y ambos envejecieron juntos. Aunque mendigaban por las calles y anhelaban los manjares que otros disfrutaban, Christopher sabía que tenía a su mejor amigo a su lado. Pero un 7 de diciembre, sintió un dolor intenso en el pecho; había llegado el momento final.
En su lecho de muerte, Sultán se acurrucó junto a él, desconsolado. Christopher falleció con el perro en su pecho, dejando solo recuerdos en este mundo material. La tumba del hombre fue visitada solo por Sultán, quien permaneció leal hasta el último momento.
Así terminó la historia de un hombre y su perro: dos almas perdidas que encontraron consuelo el uno en el otro hasta el final.
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