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VIII concurso del cuento corto, MÁS DIABLO CONOCIDO QUE DIABLO POR CONOCER

MÁS DIABLO CONOCIDO QUE DIABLO POR CONOCER


Entonces saludé al diablo: «buenas noches —le dije sin mirar—. ¿Qué te trae por aquí?». Él no respondió, como siempre, arrastrando ese olor amargo, como cuando uno quema un caucho, y con los cachos rozando la pintura del techo. Hizo un ademán con la mano, sacudió la patas e hizo un cascareo en el piso, como cuando alguien baila carranga. En un frenesí de entusiasmo, me gritó: «Hoy por fin me firmaron el retiro». Finalmente tenía mi atención. Me sacudió esa sensación del miedo: las patas me temblaron, el guargüero me hizo ebullición, sentí la lengua más allá del paladar, fue como si se me desplumaran las nalgas. Después de más de una vida —muchos dicen que incluso más—, San Pedro le había permitido retirarse. «¿Y ahora?» lo cuestioné. Señor diablo, —Belial, Satán, Lucifer, Azrael o Chango— nunca supe cómo debía llamarlo. Lo único que sé es que solo sabe llevar la contraria. «No sé —respondió riendo— ir al carnaval en Rio, bailar en Juanchito, ir a Stonehenge...» entonces se detuvo en su frenesí. 

—¿Qué más puede hacer un pobre como yo?

—No sé —le dije—, dicen que la Casa Blanca es un buen lugar para que un diablo haga turismo.

El diablito, engarrotado, se puso a pensar. «Además —agregó— ¿de qué me voy a mantener?»

—No sé. Puedes vender seguros o pirámides, tal vez ser periodista, y con suerte podrías ser un político—esos me parecían puestos decentes para un diablo—.

—Eso me pasa por nunca cotizar la pensión.

—Lo sé —se lo había dicho muchas veces, pero el diablo es una persona en exceso terca—. Tampoco es que los derechos pensionales sean muy justos en el infierno.

Se sentó en el fieltro arrugado, puso las manos sobre las patas y exclamó: «No tengo casa ni carro, ni diabla, ni tampoco trabajo» Eso era algo que también sabia yo. Aunque yo no tenía cabeza para pensar por el diablo —él ya piensa muy bien— mi mayor miedo es saber cuál será el nuevo diablo.

«El nuevo diablo debe ser argentino», eso fue lo que pensé. Claro, eso era lógico. Esa gente tiene una actitud genuinamente diabólica, como los tejones de la miel. Además, son una combinación bastante rara de características físicas, igual que el diablo: son narizones como un guayacán, las orejas les llegan a la cumbamba, tiene las patas flaquitas y encorvadas, sus zapaticos son negros y suenan como las pesuñas de una vaca. Además, los argentinos habían tenido a Borges. Él era, obviamente, una obra del diablo: ¿conoce usted a otro ciego que escriba tan bien como Borges? No lo creo.

Entonces pensé en quién más podría ser diablo, y ahí me acordé de unos tales burócratas. Son tipos que usan corbata apretada y andan por ahí dedicándose a vender ilusiones: eso era una diablada total. Este ejercicio de pensar en el diablo me hizo recordar un detalle: los cachos. ¿Qué sería un diablo sin cachos? Definitivamente, al diablo lo debían haber engañado. No hay mejor diablo que uno bien cachón.

En el perfil del diablo también se debía considerar la música; para algunas personas, es el mayor instrumento satánico. Yo solo sé que el vallenato no les gusta a los diablitos. Eso fue porque un tal Omar Geles, junto a un señor Escalona, una vez le ganaron con un acordeón. Desde ese momento el diablo maldijo el vallenato; por eso ningún buen vallenatero es capaz de soportar el exceso de velocidad. Sin ninguna duda, debía ser reguetón o rock: siempre dicen que esa es la música del diablo.

Tuve un conflicto con el sexo, y la verdad es que las opiniones están divididas: algunos dicen que el diablo debe ser una mujer; contrario a eso, las mujeres dicen que sin duda alguna es un hombre. La verdad, me cuesta decirlo: no creo que sea hombre o mujer, lo más probable es que el diablo sea gay, o bueno, eso dice la Iglesia católica. No lo sé. El nuevo diablo, según mi riguroso análisis, debía ser rockero o reguetonero, según el gusto; argentino, cachón, gay y un burócrata con mínimo cuatro años de experiencia. 




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