Ir al contenido principal

VIII concurso del cuento corto, PRISIONES INVISIBLES

PRISIONES INVISIBLES 

Un apetito insaciable recorría la existencia de un ser que no hace mucho tiempo vivía tranquilo en completa libertad. Un día, sin previo aviso, fue encarcelado; por más que lo intentaba, no encontraba una forma de escapar. Día y noche buscaba la manera de sentir nuevamente la brisa de la libertad. Solo contaba con la presencia de una persona que, en un acto de inconsciente crueldad, repetía en voz alta:

—No hay forma de que escapes; este es un castigo casi celestial.

Mientras se aseguraba de que siguiera con vida, brindándole la juventud que le daba fuerzas.

Con el tiempo, su anhelo de libertad se transformó en una furia tan intensa que podría volver cenizas al mismo sol. No lograba comprender por qué debía soportar semejante tormento, ni qué pecado había cometido. Su acompañante no era de ayuda; solo lo observaba mientras él se revolcaba en su propia desesperación. 

Un día, aquellos que lo habían encerrado se presentaron ante él. Sus rostros eran fríos mientras contemplaban en lo que se había convertido. Le preguntaron por su estado, cuestionando con sarcasmo:

—Imaginamos que algo habrás aprendido.

Levantándose, les dijo con voz firme:

—Este es el reino de los perdidos, ese que me forzaron a reinar y del que ya no quiero escapar.

Con indiferencia y en silencio, se marcharon nuevamente, dejándolo en compañía del único que siempre había estado a su lado: su carcelero. Los días pasaban, y el tiempo dejó de tener importancia; solo resonaban las palabras de aquel que vigilaba su encierro:

—Lo sabes bien... No es un castigo gratuito... Es un castigo que no podrás detener... ni con todas las fuerzas de tu ser.

Le fastidiaba no saber si esas palabras iban dirigidas a él, si aquel fuera de su prisión se divertía balbuceando cosas para que él escuchara; tomaba cada palabra como puñales que se incrustaban en sus pensamientos.

En su negación, se justificaba a sí mismo. En una solitaria discusión interior, se repetía que no había nada de malo en él, que era tal como debía ser, que no había cometido pecado, ni había dañado a nadie.

Con el pasar del tiempo, la juventud que su cuidador le ofrecía y que lo mantenía vivo comenzaba a menguar. Cada día comía con más voracidad; aunque se aferraba a sus ideas, sentía que sus reservas en cualquier momento lo abandonarían. En medio de todo eso, notó cómo su cuidador parecía más callado; ya solo murmuraba y no hacía mucho contacto. Esto lo hizo dudar; se cuestionaba si, por alguna razón, algo de su situación lo afectaba...

El tiempo seguía pasando, el ser continuaba alimentándose con sevicia, sin importar si de un solo bocado todo ingería. Su cuidador seguía flaqueando, y esto él lo veía como algo bueno. Sin su carcelero, sería libre; sería solo cuestión de tiempo...

Lo ignoraba totalmente, pero inconscientemente, estaba sellando su final.

Cuando vio que su cuidador se había debilitado lo suficiente, supo que era el momento para superarlo y liberarse. Con la habilidad propia de un desesperado, rompió sus ataduras y abordó a su cuidador. Tomándolo con fiereza, le dijo:

—Ya no es divertido, ¿cierto? ¿Por qué ya no ríes? Sabes... cuando me tenías encerrado, veía cómo sentías que estabas a salvo... pero ahora... ahora puedes ver cuán fuerte golpea la realidad.

Con debilidad, aquel que lo acompañó todo este tiempo lo miró fijamente y le dijo sonriendo:

—Idiota... sin darte cuenta, cavaste tu propia tumba. Yo no era el carcelero de tu prisión; era el encargado de mantenerte con vida... Nunca estuviste realmente encarcelado... ¿Por qué crees que te alimentaba así? o ¿De qué crees que te alimentaba? 

Por primera vez en mucho tiempo, aquel ser sintió una desesperación diferente. No eran ansias de libertad, era un deseo de deshacer sus acciones. Lo había comprendido: sin esa parte que lo mantuviera vivo, su misma existencia desaparecería...

Con su último aliento, su cuidador le dijo:

—Ahora es el momento... la muerte nos hará libres por fin...

Mientras el ser desesperado luchaba por encontrar salvación, las palabras de aquel que creyó era su carcelero resonaban en su mente:

—Aunque desees luchar por vivir... tú te has encargado de que nuestro destino sea morir...




Comentarios

Entradas populares de este blog

Concurso Cuento corto: LA NEGRA CARLOTA

LA NEGRA CARLOTA Ahí viene! La negra Carlota que se pasea por la plaza, los chicos se vuelven locos por su cintura y su cadera. Pero mira que no ven lo que lleva por dentro, se siente triste, absolutamente sola, denigrada y sin dignidad aluna. Por qué todos los días, tiene que salir a vender su cuerpo, para poder mantener a sus ocho hijos. MARIA CUENTO

VIII concurso del cuento corto, ¿NO SABES DE SEBAS?

 ¿ NO SABES DE SEBAS? Toda las comodidades posibles su familia le entregó, vistió bonito bajo la luna y fresco bajo el sol, no le gustaba la lluvia y se quejaba del calor; la primera su cabello despeinó, la segunda excesiva transpiración le brindó. Estudió, entrenó y trabajó, pero nada de eso le gustó. Sus parientes le enseñaron lo bueno y lo malo él escogió. Una amistad le presentó la calle y eso sí que le encantó. Conoció una amiga nueva y con ella se quedó, fue un cambio abismal; pasó de su casa a un callejón. La ese se agrandó, ahora se cree un dios, dejó de ver por ojos ajenos y de todo se adueñó. Venía de la nada, pero iba por todo. Las caricias de su madre jamás las aceptó, las de su abuela siempre las ignoró, y los consejos de sus tíos nunca los escuchó. Hasta los quince años de su casa no salió. Si un día quiso aquellos zapatos; mami se los compró Quería estar a la moda; papi lo vistió. Como la e, salió de noche sin saber para dónde fue, vistiendo de negro desde la cabe...

VIII Concurso del cuento corto, SANTA ELENA CITY

Dicen que estoy loco. Algunos se preguntan cómo terminé aquí, pescando en el caño de la galería Santa Elena. Yo les digo que no es ningún caño, que es un río, pero que ellos todavía no lo pueden ver. Se ríen de mí, tomándome como un caso perdido. Qué más da, sigo en lo mío, tratando de pescar alguna rata en este majestuoso río negro que se extiende por toda la ciudad. ¿Que cómo uno termina viviendo a la orilla de un caño, en medio de la basura y de los adictos? Eso es fácil de responder, toda la respuesta radica en que uno se aburre, se cansa, se fastidia de llevar una vida inalterable. Se cansa de las mañanas en las que te levantas y quieres seguir durmiendo, pero sabes que si sigues durmiendo al rato llegarán las llamadas de tu jefe para preguntarte no cómo estás, sino cuánto tardas en llegar. Un ser humano normal se fastidia del día a día, de la lucha por la supervivencia urbana, de los malos tratos entre nosotros mismos, de los horarios, de las metas que tienes por cumplir. Díganme...