UN AMOR DE VERANO
Era el primer día de clases en el nuevo colegio para Madisson, y aunque trataba de mantenerse tranquila, los nervios la invadían por completo. No conocía a nadie, y el fuerte ambiente de los estudiantes la hacía sentir un poco perdida. Apenas salió a recreo sus ojos recorrieron todo el lugar, buscando no sentirse sola. Lo que ella no había notado era que, desde una esquina, alguien ya la había visto.
Davis, un chico de sonrisa fácil y actitud despreocupada, la observaba con curiosidad. Le llamó la atención de inmediato, ya que según él era tal cual como quería una mujer físicamente. Pero, antes de poder acercarse, su mejor amigo Andrés, también había puesto la mirada en ella. Andrés siempre había sido el chico seguro de sí mismo, el que lograba lo que quería, y no tardó en confesarle a Davis que quería intentar algo con Madisson y que fácilmente ella caería a sus pies.
El tiempo pasó, y aunque Andrés hizo su esfuerzo, y saco todos sus dotes seductores las cosas no fluyeron entre ellos. Sin embargo, Davis no pudo dejar de pensar en ella. Con el paso de los días, empezó a encontrar pequeñas excusas para hablarle, compartir algún momento entre recreos incluso coincidir “casualmente” en los espacios de eventos escolares.
Lo que comenzó como una simple amistad entre Davies y Madisson, poco a poco se convirtió en algo más. Él, con paciencia y sinceridad, fue ganándose su confianza, siempre respetando sus decisiones. Con el tiempo, y después de muchos momentos compartidos, sonrisas y largas conversaciones, Madisson empezó a verlo de una manera diferente, con un lindo sentimiento que ella nunca había sentido con nadie más. Al final, el esfuerzo y la dedicación de Davies dieron frutos, y un día, casi sin darse cuenta, se encontraron tomados de la mano, riendo juntos, sabiendo que algo especial había nacido entre ellos. Madisson y Davis vivieron un romance que parecía sacado de un cuento. Lo que comenzó con solo miradas y conversaciones que fluían como el agua, pronto se transformó en algo mágico, algo que ambos sabían que iba más allá de cualquier cosa que hubieran sentido antes. Ambos se sumergieron en una burbuja de felicidad, un mundo en el cual donde solo existían ellos dos. Davis siempre sabía cómo hacerla reír, y Madisson encontraba en él una calma que jamás había sentido antes. Juntos exploraban no solo el mundo, sino también sus propios corazones, descubriendo lados de ellos mismos que no sabían que existían.
Las tardes en casa de Madddison, y las cartas que le dejaba Davies en los cuadernos... todo parecía encajar de una manera perfecta. Cada beso, cada abrazo era una reafirmación de que lo que compartían era real, único, algo que no necesitaba palabras para ser entendido.
Pero el tiempo empezó a hacer su trabajo. Lo que antes fluía con el corazón comenzó a sentirse pesado. Las risas no llegaban tan fácil, las conversaciones se acortaron, y las miradas empezaron a perder esa chispa que una vez lo decía todo sin hablar. Al principio, ninguno de los dos quiso admitirlo. Se aferraron a la idea de lo que habían sido, convencidos de que solo era una fase, de que volverían a encontrarse en esa magia que siempre se había sentido. Sin embargo, poco a poco todo se fue desmoronando. Habían crecido, cambiado, y ya no se entendían como antes. Las diferencias, que en otro tiempo les habían parecido encantadoras, comenzaron a pesar más de lo que podían soportar.
Una tarde, en el mismo lugar donde tantas veces se habían reído juntos, Maddison y Davis decidieron sentarse hablar sobre ese nudo en su relación y enfrentarlo. Sentados uno enfrente del otro, se miraron a los ojos y supieron que, por mucho que se amaran, era momento de dejarse ir. No hubo reproches, no hubo rencores. Simplemente se dieron cuenta de que ya no podían caminar en la misma dirección. Se abrazaron por última vez aceptando para ambos era seguir sus caminos separados...
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