Quinto Concurso de Cuento Corto: El tránsito a la muerte y la realidad se tocan.

 



Un viajero hospedado en casa la noche anterior a su partida le pregunto a mi padre cómo podría pagarle, a lo cual mi padre respondió que no era necesario ningún pago pues le enseñaron a recibir bien al que por el mundo va. Contento el viajero por la respuesta, cordialmente dijo –Una historia puedo darles si están prestos a oírla. Nos alegró mucho esto pues el abuelo era el único que nos contaba historias y había muerto de cáncer de pulmón, él se fumaba 20 cajas de cigarrillos diarias desde que era hombrecito, decía. Nos sentamos alrededor de una linterna vieja. el viajero con voz grave empezó de esta guisa:


Es mi voluntad ir por el mundo y en eso me empeño. Mas que sería de mi si la fortuna no me proveyera de compañía. lo más preciado para el viajero. esa compañía me ha dado sus relatos en los cuales; vidas, lapsos de existencia, un ir, un venir ha bastado para que resulten desde infaustos y desventurados hasta felices y harto favorecidos. Mas contare algo que me sucedió habiendo perdido el camino. llegue a un lugar montañoso no sé dónde, tampoco recuerdo cuando. justo antes de esmorecer vi la casa entre los árboles, había un anciano con la mirada perdida sentado en un tronco muerto. Le salude. El sin levantar la mirada dijo –bien traído seas.


-estoy perdido, le dije. Él sonrió y me miro fijo un instante... (su mirada mefistofélica me produjo terror, pero resultaría ser el anciano más parecido a un serafín) Meditabundo veía un gusano que se paseaba por su pie descalzo hasta que prorrumpió el silencio con una voz famélica acatarrada y cansada –dices que te has perdido cuando en realidad me has encontrado. debes tener hambre me dijo


–Asentí con la cabeza como si no pudiera pronunciar un sí.


-Pues toma lo que gustes.

llene mi estomago con fresas. Algo confundido le pregunte cómo es que vivía aquí.


-No he morado toda esta vida solo y aquí dijo –mi esposa me trajo a este lugar, María era su nombre, y me enseñó a cultivar los vegetales, las flores... me enseño todo lo que se, más yo no puedo acostumbrarme a su ausencia. Sucedió que bajando ella al rio a revisar las trampas para peces resbalo por la pendiente yendo a parar su cabeza contra una piedra. Ni un grito exhalo mi dulce amada, dejándome la amargura de enterrar su cuerpo. Yace junto al arce, ese grande cual su grandeza, ese bello cual su belleza.


Empero yo ya no importo. Tú, me dijo -has llegado justo a tiempo pues mi hora ya es. Cumple mi suplica y te mostrare el camino.


–sea tu voluntad la mía en cuanto me indiques el camino.

-entierra mi cuerpo junto al de mi esposa. nada más deseo. Luego dijo –baja al rio por aquel sendero y síguelo rivera abajo. Bendito seas exclamo y murió.


Tome el cuerpo inerte del anciano fácilmente pues estaba flaco como si no hubiera comido durante días. reposé el cuerpo sobre el árbol y fui por una sabana y una pala. Al regreso pensaba en la simpleza de una herramienta como la pala y lo útil que era para enterrar cuerpos. Me sobresalte al verme cavando el hueco. aun así, termine el trabajo. Clave la pala donde parecía haber sido enterrada María y la tierra apenas estaba apretada. Comprendí que el anciano había estado muriendo de pena. Me sentí bien por cumplir la última de sus esperanzas. Sobrevino un aire helado que arrugo mi cálido espíritu, no pude evitar sentirme libre y conectado con todo, al mismo tiempo que me percataba de mi miseria... quise quedarme, hacer mi vida ahí, vivir solo. pero acepte que solo había llegado para cumplir algo y debía irme. yéndome resbale por el sendero y me golpee la cabeza. desperté en un hospital. el medico me explico que había estado a punto de morir por comer una baya venenosa. no pude preguntar a mis salvadores de la casa, y sentí miedo de volver a incursionar hacia donde casi muero. Así que nunca sabré si fue real aquel lugar.


El viajero se fue al amanecer y jamás lo volvimos a ver.


_Arthur Freier Geist_


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