Quinto Concurso de Cuento Corto: El reflejo de la verdad

 

 

Luego de haber crecido llena de adhesiones a las tradiciones religiosas, la hermana Restrepo se despertó un día, a meditar qué decisión debía tomar luego de un sueño medio raro que tuvo.


Estaba en un ancianato, cuidado por las monjas de la ciudad, durante varios meses o años y no estaba segura si seguiría ese camino.


No es que estuviera cansada, ni mucho menos. Ella disfrutaba rezar, ayudar a los ancianos que en su gran mayoría eran dejados allá a su (m)suerte, por hijos que se aburren de ellos y prefieren dejarlos a merced de la soledad. Mentiras, no estaban solos, tenían otros ancianos con quien charlar de lo que fuera, aunque no podían salir a la calle frecuentemente. Verdades, era una extraña soledad compartida, una soledad colectiva.


Ella desde joven había sido muy devota. Se peinaba su cabello ondulado y se vestía muy decentemente a las siete de la mañana para ir a misa de la cual se sabía todas las oraciones y cánticos.


Fue muy destacada dentro de su grupo, siempre tan servicial y con esa bella sonrisa que la caracterizaba, pasando la mayor parte del tiempo en asuntos eclesiásticos. Pero todo eso podía cambiar este día.


No es que el pensamiento de hoy fuera a la ligera, sino que más bien había sido la epítome de una serie de pequeños pensamientos que tenía en cualquier momento de las semanas.


Solía pensar que tenía su destino puesto desde ayer, y no lo había descubierto sino en el sueño, en donde estaba en una casa sin puerta al mundo, y solo había una ventana muy amplia y veía hacia afuera como dos espadas se cruzaban en lo que parecía un campo de guerra.

 

Eran las seis de la mañana, y ya había agarrado su maleta y empezó a bajar las escaleras silenciosamente. Atravesó el pasillo donde dormían las otras monjas hasta llegar al patio trasero, y al salir sería libre. Entonces, al llegar al umbral decorado con margaritas, se detuvo sorprendida, pensando en que había sido descubierta. Pero solo era un anciano al que había cuidado desde que llegó allí, y del que tristemente era testigo de la decadencia, no sólo de su salud, sino de su emociones.

 

Él no había notado aún su presencia. Contemplaba nostálgicamente las anémonas que tanto le gustaban a su esposa y que le llevó por última vez, antes de que lo encerraran en el ancianato. Ella lo conocía muy bien y era muy amiga de él, porque lo más probable es que la, aún hermana Restrepo, fuera su única amistad. No se sentía solamente como una relación de compasión, sino de comprensión real. Ella siguió caminando tratando de actuar desapercibida, aunque asustada. Sin embargo, él se volteó al sentir su presencia.

 

-Buenos días Hermana- dijo amablemente, pero al ver las maletas se impresionó- ¿y eso? ¿A dónde se va?


-Hola don Eusebio. No se preocupe yo saldré unos días y vuelvo la otra semana- dijo mintiendo- ¿y usted qué hace despierto tan temprano?


-                  Mi esposa Emilia ha estado muy enferma, empeorando. Al menos puedo verla todos los días y aunque ella ya poco me reconoce, sé que quizás siente aún empatía por mí. Hoy cumple 81 años. Estas son sus flores preferidas, por eso vengo a regarlas antes que salga el sol.


-Ya veo…-dijo ella, suspirando- 

-                  Yo sé que ella está bien. Pero no poder compartir los recuerdos ni hablar con quien era ella, me parte el alma. Si usted la alcanza a ver, dígale que la amo sin importar las condiciones. Siempre lo haré.



Ella aceptó su pedido y se despidió dulcemente. Siguió caminando pensativa. Por fin, giraría hacia el pasillo y allí estaría la puerta que le daría su libertad. Pero sucedió lo peor esperado: -¡Emilia! ¿a dónde va?- le dijo sorprendida una monja que salió de un cuarto del pasillo-menos mal reconocí ese hermoso cabello blanco apenas pasó. Venga, vamos a desayunar, y luego partimos un pastel. ¡Felíz cumpleaños!


La hermana Restrepo, confundida, no tuvo más opción que seguirla. Pero al ver un espejo cerca de la puerta, pudo comprender por al menos un segundo lo que había ocurrido. Perpleja, una lágrima le empezó a atravesar las arrugas.



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