Quinto Concurso de Cuento Corto: Volvió con las flores

 



JuanDa Vinci

 

La competencia de comer en la calle grande se puso intensa. Buta va ganando. Veicon se acerca a la mesa y apuesta, en contra de cualquier intuición, por Shu; el contrincante de Buta. Pero, eso no importa porque Veicon es muy inteligente. Es el único en la ciudad que sabe jugar ajedrez, le gusta leer mientras toma aguamasa y escribe reflexiones sobre los muchos olores que percibe. Talvez sus perspicaces razonamientos lo llevan a esta acción.

 

Buta, mientras se metía un pan a la boca, se le blanquearon los ojos y cayó al suelo. Las reglas son claras: si dejas de comer, pierdes. Shu ganó y Veicon se queda con la recompensa. Todos despejan la calle grande. La calle grande es la calle más ancha de la ciudad. Es la primera calle en la que vivieron los fundadores de la ciudad, hace treinta años. Han pasado tres generaciones desde que decidieron llamarla “Ciudad Orgüel”. Nadie sabe por qué se llama así, pero donde empieza la calle grande hay un letrero que dice: “Ciudad Orgüel”.

 

Veicon se va para su cambuche que no se encuentra tan lejos. A pesar de las paredes de madera que apenas se sostienen y el techo tan bajo, Veicon se duerme cómodo sobre un montón de barro cálido que tiene. Despierta al otro día, se levanta suave y busca la aguamasa que tiene en un plato al lado de la puerta. Después de comer sale de su hogar. Camina varias calles hasta llegar a la periferia donde hay una zona de árboles con flores. Veicon normalmente recoge vegetales y los cambia por otras cosas, aunque hoy no le toca, pues no hay mucho que recoger. En el suelo hay muchas flores y a Veicon le gusta olfatearlas. Algunas le producen una sensación agradable al olerlas y otras simplemente tienen olor. Al parecer, respirar tan cerca de estas lo inspira; pues, siempre lleva un pedazo de papel y un lápiz, que consiguió de forma arriesgada, para escribir. Sus patas no le permiten escribir muy bien, manipular un lápiz podría atrofiarle las patas, pero no le importa; le tiene más miedo a olvidar sus ideas sin antes ser plasmadas de alguna forma. Veicon pone el papel sobre el suelo y después de oler una flor de tarco, escribe:

 

“No hay mucho que decir, porque no me dices mucho. Algunas flores con su olor me hablan. Muchas hablan de lo mismo. Otras me dicen algo nuevo. Unas me dicen algo bonito, pero tú no me dices nada. No es que seas desagradable, simplemente pareces no importar.”

 

Termina de escribir y vuelve por las calles. Pasó por la calle grande y vio un letrero que decía: “Cuidado con los humanos, no se aleje de la ciudad”. No le prestó atención; pues, se da cuenta que no lleva el lápiz consigo. Se le habrá soltado de la pata mientras iba por las calles. Se devuelve buscando por todo el camino que recorrió, Hasta volvió con las flores y no lo encontró.

 

Veicon comienza a adentrarse en la ciudad de nuevo. Un poco decepcionado y caminando más lento de lo habitual. De repente, sonó un disparo. Ninguno sabe que significa ese estruendo, pero cuando salieron del aturdimiento todos en la calle escucharon un chillido, como de un ser desesperado que pide ayuda. Veicon mira para todos lados buscando el ser adolorido, pero encontró algo peor: un hombre alto, barbado y con una escopeta en sus manos. Este hombre camina hacia Veicon y lo mira fijamente, él no sabe que significa esa mirada, nunca había visto un hombre de frente. Veicon, saliendo de su asombro, recuerda todas las cosas malas que le han dicho sobre los hombres. No le queda de otra que salir corriendo. Mueve sus patas lo más rápido que puede y va hacia las flores, el único lugar que se le ocurre. Corriendo entre las flores el hombre le dispara en las patas. Veicon cae e intenta arrastrarse mientras el hombre se le acerca. El suelo está lleno de flores y Veicon, con el hocico en el suelo, respira con fuerza resoplando las flores que lo rodean. El hombre logra alcanzarlo y le clava un picahielos por debajo de la axila mientras dice: “¡Quieto, puerco!”



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