Dicen que
los muertos no se vuelven a levantar una vez son dados por tal, pero ese día en
Cali las calles se abarrotaron de huesos, carne podrida y alguna que otro medio
descompuesto, con esta breve introducción cualquiera diría que es un día común
y corriente dentro de esta ciudad, y no estaría diciendo vainas irracionales,
nada de eso. Aquí en Cali ya nos acostumbramos a rumbear con muertos encima.
Pero sucede que aquella ocasión fue distinta, aquel martes 13 nadie hubiese
imaginado que de hecho, los muertos saldrían a caminar (algunos arrastrarse) en
el sentido literal de la expresión, a lo largo y ancho de la ciudad, los ya no
tan muertos andaban al igual que usted y yo, leyendo cuentos, saboreándose un
cholado en las panamericanas, calando cigarros temiendo ligeramente desarrollar
un cáncer, grafiteando sus antiguas casas, emborrachándose hasta vomitar,
bailando hasta romperse las plantas de los pies, tarareando canciones un tanto
alegres un tato melancólicas, paseando apacibles a sus mascotas fantasmagóricas
(porque estas no se levantaron como las personas), inhalando cantidades
exorbitantes de perico, caminando con sus parejas de la mano mientras se
empapan de cariño y variadas meloserías, tecleando desesperadamente en oficinas
abandonadas para terminar el informe matinal, matándose de la risa al ver a los
vivos andar, llorando porque les dolió la nariz, brazo, pecho, cabeza, alma,
sobre todo esto último, porque usted debería de saber ya que ningún dolor es
corporal. Así lo comprendí aquel Martes.
Todo se
dio desde bien temprano, apenas se asomaba la tenue y profunda sábana obscura
que precede al amanecer, había ya cánticos de aves en el cielo así como ruidos
de madrugadores luchando con la pesadez de los primeros minutos al despertar,
afuera, en el pavimento que estaba más frío que de costumbre, rodaban los
camiones que parecen nunca detenerse sino para desayunar, y de repente, como
emanada del infierno ártico, una extraña neblina fue sumergiendo a la población
general en un estado somnoliento donde parecíamos todos compartir un único e
idéntico sueño. Dicen que el frío exhalado fue tal que las llamas de las
estufas se apagaron como si les soplase un flautista, yo eso no lo sé porque
apenas y abrí el ojo por semejante heladez, estaba envuelto en cobijas cuando
la neblina comenzó a susurrar especies de encantos que parecían de algún brujo
chocoano, entre tales susurros la tierra tembló como dicen que nunca antes
pasó, en el evento algunas casas, sobre todo las de los más pobres, se cayeron.
Después
del temblor callaron los susurros y lo que se escuchó hasta la mañana del
miércoles 14 no fue sino algarabía, alboroto puro de cuando se está en un
bailadero en hora clímax y la música cesa súbitamente. Sonaban voces y voces de
manera incesante, clamaban por nombres de todo tipo, algunos tan viejos que
resultaban irreconocibles, uno no podía saber si lo que hablaban era el mismo
idioma, pero algo se entendía. Cuando los muertos aparecieron (algunos comentan
que salieron de las grietas ocasionadas en el terremoto, otros que los veían
salir de sus tumbas, mausoleos o hasta ceniceros, algunos más locos creen que
salieron de nuestras cabezas) hubo cantidad de accidentes; los vehículos se
volcaron pues frente a ellos aparecían figuras esqueléticas sentadas en la vía
pretendiendo conducir autos, también se atravesaban la autopsita corriendo para
no llegar tarde a sus trabajos o colegios, a muchos los aplastaron y los
trocitos de hueso que quedaban continuaron moviéndose durante
el día entero, hubo desafortunados quienes se despertaron al sentir presencias
extrañas en sus camas, eran cálidamente rodeados por brazos putrefactos y
despertados con tiernos besos pútridos en la frente, o en los labios,
dependiera del muerto. En algunos sitios se levantaron tantos muertos que las
casas explotaron y se vinieron abajo barrios enteros, eso pasó en Siloé, por
ejemplo.
Lo raro
del asunto es que al final la pasé bien ese Martes, al igual que muchos. Al fin
supimos que no existe ninguna diferencia entre vivos y muertos, tanto así que
de hecho, a más de un vivo lo dieron por muerto. Nadie supo nunca dar una
explicación a lo sucedido.
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