Quinto Concurso de Cuento Corto: FORMANDO ANTEOJOS


 

La montaña sabe. Mientras me acerco a la cima, la lluvia empieza. Y otra vez caen, (sí, como lluvia) las palabras de la abuela: a los viajeros sin respeto se los come el aguacero y la niebla. Pienso si soy digno, justo cuando abandono el camino y el cielo aclara. Pido permiso, busco el corazón del páramo, cuido cada pisada (bajo el musgo hay agua) y siento, como ojos que escudriñan, la presencia fantástica de los frailejones. Cada año crecen un centímetro. ¡Los que me rodean tienen 4 metros! Descanso, cierro los ojos y recuerdo el sueño:


Una laguna enorme custodiada por frailejones. El agua brilla fosforescente después de que se sumerge la silueta de un niño. Tras unos instantes de brillo palpitante, sale una garra, otra más y una cara peluda y mojada. Cuando conté, abuela dijo: igual que mi abuelo. Apagó el fogón y me llevó donde Jacinto, el viejo más viejo de todos.


Por eso estoy acá, debo encontrar una piedrita. La guardaré en mi bolsillo (del que nunca más se irá) y aprenderé, sin ir a la laguna, a que se llene mi rostro de pelos negritos y blancos, formando anteojos.




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