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Quinto Concurso de Cuento Corto: Daño colateral



El lunes 21 de septiembre del 2009 a las 7:40 de la mañana, sonaron seis disparos; seguido de esto se desplomó un cuerpo en la intersección de la carrera 2 con calle 35E en el barrio Palmeras. Por ese entonces tenía 11 años. Me paré como un resorte de mi cama para asomarme a la ventana y chismosear un poco. Papá y mamá hicieron lo propio, ni siquiera tuvimos la intención de despertar a mi hermano para que ojeara la escena.


— ¡El patrullero Jiménez, mataron al patrullero Jiménez! — Gritaba una vecina exaltada.

Nunca había visto tanta gente reunirse en tan poco tiempo, unos gritaban, otros empujaban y mi papá soltó el clásico comentario:


—Ese bien ganado lo tenía, no se puede andar con faldas ajenas.


El momento no era propicio para solucionar dudas, no entendía que era un “lío de faldas” pero la muerte del patrullero Jiménez, aunque era lamentable como todas las muertes, no era el mayor de los problemas.



—Apa, ¿por qué le dispararon? — Pregunté.


 

Mi padre, que era policía tenía fresco el chisme. Además, no solo era fácil de gatillo sino también de lengua. Tomó al resto de vecinos como rehenes de una historia que no le importaba, solo quería tener la atención, cual si fuera un aedo. Inició mi padre: “Jiménez desde que lo conocí siempre ha sido todo malparidito, alzado y buscapleitos. En fin, una actitud cuestionable. Bien jodido, le decían la parca.” « ¿Por qué? » Preguntó una señora.


 

“Deje mear al macho doña”. Respondió mi padre con insolencia. “Ese cuando veía a algún bandido haciendo daños por ahí, sea robando, vendiendo droga o negocios afines, le caía con una amenaza: (tiene un día para pisarse de acá o toca vestirlo con pijama de madera), así les decía, y lo cumplía”.


 

Mi padre se dio un respiro y prosiguió: “Aunque el muerto era altanero, nadie va a decir que es un muchacho feo, tiene lo suyo pues. Con las mujeres si era todo un amor; cada semana llegaba con una diferente al comando y ahí se agrandaba el triple. Varios compañeros le habían aconsejado que no estuviera volteando con mujeres ocupadas, que era llamar los problemas. En una ocasión yo mismo se lo dije, pero solo le faltó pegarme: - No sea sapo, ¿quién me va a hacer algo?- Me respondió mientras desenfundó la pistola y me miraba fijamente mascando un chicle que hacía durar todo el día. Uno qué puede hacer si los muchachos no entienden, para un hijueputa llega otro más hijueputa. Vean, para muestra un botón, ahí quedó extendido la parca o Jiméncito como le decían las muchachas, con cinco balas en la espalda”.


 

En ese instante mi padre terminó el cuento. Llegaron a realizar el levantamiento del cuerpo y daba la impresión que mi padre sentía cierta satisfacción por la muerte del patrullero, aunque se trataba de un compañero. Los vecinos se fueron yendo a sus casas y nosotros no nos quedamos atrás. Quería despertar a mi hermano para abrumarlo con la historia. Cuando entré a su cuarto me di cuenta porqué no se había despertado; la sexta fue a dar en el pecho de mi hermano menor que llevaba muerto varios minutos. Doce años llevo pensando qué hubiese pasado si hubiera omitido esa pregunta. Probablemente mi hermano se habría salvado, pero la historia del patrullero Jiménez no lo permitió.



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