J.A. Yavari
Hace poco leí un
artículo sobre los hikikomori en el cual se exponían las razones por las que
estos sujetos se empujan hacia el confinamiento. -¡Por fin sé lo que soy!-, me
dije. No hablo con nadie desde la partida de mamá que fue hace once meses y
doce días, cuando le propinaron 7 puñaladas, repartidas entre la nuca y el
omoplato. No salgo del cuarto que me rentaron desde ese entonces. Consigo todo
lo que quiero sin poner un pie por fuera de estas cuatro paredes: le pago un
dinero extra al dueño de la casa para que me cocine y mi trabajo consiste en
ser observado por ancianos -o quién sabe qué clase de personas- mientras me
masturbo frente a la webcam, lo cual se va haciendo cada vez más difícil por el
olor inmundo que envuelve mi cuarto. No tengo opciones. Lo ignoro y abro la
pornografía en otra pestaña para animarme un poco. Hay un usuario que siempre
está pendiente de mis transmisiones en vivo: PepeToño69. Cuando veo que está en
línea, siendo espectador de mi show, sé que hay unos pesitos asegurados.
Antes de dormir –o,
realmente, en cualquier momento-, la fetidez de mi habitación trae consigo ese
recuerdo: yo viendo a mi mamá, desde la ventana de la antigua casa, que venía,
camino a visitarme. Estaba parada en la acera de enfrente. Un hombre, de no más
de 30 años le susurra algo al oído. Bastó un parpadeo para verla, luego,
tendida en el pavimento, sobre un charco negro que nacía de ella y que se iba
haciendo cada vez más grande. Al salir de mi casa fijé mi mirada en la de ella
que se posaba, sin molestia alguna, en el sol.
No tengo intenciones
de salir. Hace una semana lo intenté, pero me reduje a la ansiedad. Pisar
el concreto me hizo recordar cómo, hace once meses y doce días, este fue
pintado con la sangre de mamá. Un mareo insoportable me tiró contra el asfalto.
Desperté en el cuarto. El olor me hizo sentir seguro.
-¿Qué pasó? Le
encontré desmayado en la calle hace un ra… ¿Y qué es ese olor?- me dijo el
dueño de la casa, molesto, mientras irrumpía en mi cuarto.
-Ya le he dicho, no
puedo salir del cuarto. Ocurren cosas como esta. Y, descuide, no se preocupe
por el olor. Si le molesta le puedo pagar más dinero con tal de que no se
queje.
-No, nada de eso.
Necesita comprar utensilios de limpieza con urgencia-dice él, asombrado,
mirando a todos lados, buscando la fuente del olor.
-No es nada, de
verdad, se lo aseguro-le digo asustado por la posibilidad de que podía
descubrir el origen de la fetidez.
-Tiene un día para
solucionarlo o se va de la casa. Se lo digo en serio-manifiesta, dirigiéndome
una mirada que dictaminaba un ultimátum.
Ni modo, no tuve otra opción. De mi antigua casa me echaron por lo mismo, pero es algo que me va a acompañar a donde quiera que vaya. No pienso dejarlo. Sin vacilar, empiezo a empacar mis pocas pertenencias. Le pido al dueño de la casa una bolsa de basura para guardar mi ropa. En lo que él llega, me quedo pensando en cómo buscaría otro cuarto y cómo me desplazaría hasta ahí. El dueño de la casa toca la puerta del cuarto. Le abro la puerta y me entrega la bolsa sin más. Me dirijo a mi armario y, al abrirlo, me encuentro con otra cosa que debía solucionar: le acaricio la grisácea y fría cara a mamá mientras pienso en cómo la voy a llevar hasta nuestro nuevo hogar.
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