Era un
sábado dentro de un caótico año, Camila abrió los ojos acostada en su cama y se
quedó mirando fijamente el techo blanco y liso encima de su cabeza. No tenía
ese día ninguna motivación o plan que la impulsara a dejar las cobijas y
realizar las actividades cotidianas con su energía y buen ánimo
característicos. Ese día realizó las tareas que normalmente emprendía de forma
autónoma sin requerir de alguna orden, aun así la acompaño durante todo el día
un sentimiento de desgano. En horas de la tarde de aquel sábado recibió una
nota de voz, esta iba de parte de Alexis, un buen amigo suyo y decía
básicamente:
-Buenas
noches, Camila, espero que te encuentres muy bien, vamos a ir a montar
bicicleta mañana con Jacob, ¿te gustaría ir?
Camila lo
pensó un buen rato, ya que sus padres no se encontraban en la ciudad y por
estos últimos meses se rehusaba un poco a hacer planes con amigos. Sin embargo,
ella decidió aceptar la invitación. El domingo se despertó muy temprano,
preparó la bicicleta y la ropa más cómoda para este tipo de salida, confirmó
con sus amigos el lugar y hora de encuentro. Al verse con ellos se sintió
entusiasmada albergando la idea inamovible de estar a punto de disfrutar un
relajado paseo en bici.
A unos
minutos de haber arrancado en sus bicicletas Camila sintió un ligero cansancio,
pero sentía la obligación de ir al ritmo de sus amigos. Estos notaron que al
recorrer unos metros más ella estaba exhausta, pero no fue hasta cuando dijo:
- Por
favor, paremos que estoy muy cansada.
Que se
hicieron a un costado de la vía para descansar, tomar agua y volver a la vida,
en el caso de Camila.
Este
paseo en bici que parecía en su inicio aparentemente suave se tornó infernal.
Camila luchaba con su propio cuerpo para hacer andar esa pesada bicicleta que
entre otras cosas no era el “burro” ideal para subir trayectos montañosos como
el que recorrían. En cada una de las subidas su fuerza de voluntad por
continuar se ponía a prueba, pero sus amigos decidieron dejarla ir adelante para
andar a su paso, Jacob y Alexis le daban palabras de ánimo en los trayectos más
críticos para que no desistiera de pedalear. Hubo dos subidas en particular que
la dejaron totalmente agotada y con la mente al límite.
Luego de
una hora llegaron al puente que marcaba el fin de ese inesperado paseo en bici.
En un puestico de jugos se detuvieron a disfrutar de un refresco de mandarina
bien frío y charlar un poco de que era de la vida de cada uno por estos días.
Con el cuerpo un poco más reposado se dispusieron a bajar y regresar a sus
casas, ya que tenían cada uno otras cosas por realizar en ese domingo.
En unos
quince minutos ya estaban de nuevo en la zona plana de la carretera y en poco
tiempo pasaron cerca a la casa de Camila, entonces llegó la hora de la despedida.
Se dijeron entre ellos:
-Quedamos
pendientes para realizar la próxima salida.
En lo que quedaba de ese día, que aún eran bastantes horas, Camila se preguntó: ¿Por qué a pesar de que sufrí tanto en esa montada en bicicleta, me siento tan dichosa?
La
sensación a pesar de no haberla experimentado en mucho tiempo le fue familiar,
ya lo había vivido hace unos años, de inmediato retorno a su mente esa idea de
intentar algo que no había querido realizar en aquel tiempo. A partir de ese
día se encendió una chispa en su ser, en su forma de vivir los días de ahí en
adelante. Ya no aceptaría más seguir en la corriente de una vida aburrida. Ese
día fue con certeza el primer paso para el gran cambio que se avecinaba sin que
Camila lo presintiera conscientemente.
Shanura
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