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Tercer Concurso de Cuento Corto: “No te preocupes hijo que eso es normal”

“ No te preocupes hijo que eso es normal” Es difícil olvidar aquella época de la juventud cuando por instinto comenzamos a enterarnos de las una y mil manifestaciones con que poco a poco el ser humano se va relacionando con los deleites de la carne. Yo era un mozalbete tímido y con una simpatía natural de la región, sin experiencia para sopesar de manera responsable la diferencia entre una relación a la que se le pudiera involucrar sexo y una verdadera amistad. Por aquella temporada conocí a una muchacha de tez morena estatura promedio y un poco abultadita de carnes cuya mirada era cálida y expresiva, su cabellera corta, ensortijada y frondosa y sus labios gruesos, carnosos y sensuales. Posiblemente había transcurrido un mes desde que la viera por primera vez parada en la entrada a su casa en actitud distraída y un día entradas las horas de la noche al pasar frente a ella y tratar de abordarla sonrió tímidamente lo cual me dio valor para acercarme y saludarla cosa q...

Tercer Concurso de Cuento Corto: “Cómo olvidar a mi padre”

“ Cómo olvidar a mi padre” Añoro mi juventud y es difícil para mí olvidar algunas de las frases típicas de mi padre cuando de corregir mi comportamiento se trataba. “ Dime con quién andas y te diré quién eres” “ Con la misma vara que mides, serás medido” “ Haz bien y no mires a quién” A todas estas frases algunas de ellas típicas de mi región de origen allá en el Viejo Caldas, hay una que nunca se me olvida la cual explicaré a continuación y, ¿el por qué? Cursaba yo el tercer año de primaria cuando mi acudiente ayudado con una pequeña tienda aspiraba a mejorar las condiciones para sobrevivir, en vista de, que el poco dinero que ganaba al jornal no era suficiente para suplir las necesidades familiares. El local era pequeño y un día al ver el cajón abierto, “ dicen que la ocasión hace al ladrón ”, tomé diez centavos para gastar durante el recreo, empero, como “ vaca ladrona no olvida el portillo ”, después de dos o tres veces de cometer e...

Tercer Concurso de Cuento Corto: EL ESPEJO

EL ESPEJO Sentada esperando a otra persona, una paciente, cuando JiL una mujer de 36 empezó a contarme su historia sin preguntar por qué o el cómo había llegado a este lugar de reposo. Empezó a decir que había intentado quitarse la vida. Dijo que tratando de solucionar un problema de sueño se sirvió de sus conocimientos y su experiencia como auxiliar de enfermería para empezar a automedicarse. En un principio hacían efecto, luego de un tiempo dejaban de funcionar pues ella bien sabía que lo que la mantenía despierta era la ansiedad, producto de los duelos sin resolver que cargaba: duelo por la muerte de su padre a corta edad, frustración por el deseo de ver y sentir a su madre ser feliz después de esto, aflicción por la separación de su núcleo familiar, la muerte reciente de un tío al que cuidaba, la separación del hombre con quien llevaba años de relación, el robo de su carro y la pérdida de varios empleos. Esta hermosa mujer se sentía vacía, pero no se sentía ni hermosa...

Tercer Concurso de Cuento Corto: LA MEDIOCRIDAD

LA MEDIOCRIDAD Por: Cordelan Prefería la cama medio tendida, el arroz medio cocido y la casa medio barrida. Le asustaban los grandes logros, le abrumaba pulcritud. Era una predicadora de la mediocridad. Hacía lo justo para no morir y muy poco para vivir. Un día, mientras caminaba rumbo a casa, vio que un joven motociclista se dirigía a toda velocidad hacia ella y en vez de retirarse, se quedó ahí parada. Pensó: “Porque la vida no ha dado más y porque morir ahora es lo de menos, que pase lo que tenga que pasar”. A su pesar o a su fortuna, su mediocridad fue tal que no le alcanzó para morir; quedó postrada en una cama de hospital en estado vegetal, medio muerta y medio viva, como todo lo que hizo.                                                                        

Tercer Concurso de Cuento Corto: CUENTO PARA UN MILENIO DESPUÉS

CUENTO PARA UN MILENIO DESPUÉS Para la época ya era posible los viajes al pasado, pero eran estrictamente vigilados por la Ataraxia del Tiempo , y como en todas las épocas, reservado solo para los ricos. Ellos se encargaban de vender viajes, pero con tecnología de invisibilidad, que no permitía el contacto con algo del pasado; pues debido al efecto mariposa podría crearse otra línea de tiempo. Y el ir a crear otra línea no afectaba el presente, pero estaba prohibido por la Ataraxia . Y entiendo, es demasiado poder para un hombre. ¡Imagínense, podría hacer lo que quisiera! Cuando uno viaja es como no estar ahí literalmente; incluso alguien podría estar viéndome en esta habitación y yo no sabría -si es así, ¡saludos viajeros del tiempo! Mi amigo Santiago como cualquier hombre nacido en los 2100 rondaba por los 67. Era un científico respetado y tenía su pequeña fortuna. Yo era su aprendiz y le ayudaba en lo poco que me dejaba manipular. Él era un hombre de poc...

Tercer Concurso de Cuento Corto: No mires

No mires — Mira con cuidado y dime qué hace el hombre que acaba de llegar. Pero disimula, por favor. El de barba, el alto de pantalón caqui. — Si, ve. Ahí, con la camarera. ¿Quién es? — Es el marido de Katty, la que era mi vecina. No mires con tanto descaro. — Oiga, ¿ese no estaba en la fiesta de cumpleaños? — Si, sí, él. ¿Qué hace ahora? Mírame, habla conmigo; no quiero que note que lo he visto. ¿Te parece guapo? — Está bueno el tipo. Un poco calvo, pero está bueno. — Tiene unos ojos muy bonitos. — ¿Por qué no querés saludarlo? — Es una historia larga. Pidamos de postre una torta de chocolate y la compartimos. — Bueno, bueno. Pero me contás lo del tipo. — ¿Hay tiempo? ¿Qué horas son? — La una y media. — ¿Qué hace? — Salió. — ¿Hacia dónde? — Ahí salió, con el teléfono en la mano. — Espera, tengo un mensaje. — Estás preciosa. ¿Cuándo salimos? — ¿Hoy? — Sí, a la...

Tercer Concurso de Cuento Corto: Epígrafe helado

Epígrafe helado Continúo oliendo la ropa de mamá; el amor frío aumenta mi sed. Me quedo unos instantes apoyada contra la puerta, apretando los dientes, hasta que escucho el sonido que desactiva la alarma. Arrastro el maletín de camino a la cocina. Ahí está la nota, pegada con un imán: Hola, hija. Un beso. El almuerzo está en la nevera. Te quiero . ¿Habrá helado? No hay helado. Saco el almuerzo y una bebida de mi mamá, la de su dieta. Siento frío y me la tomo en un solo aliento. Escucho el ruido de la cortadora de césped: ahoga cualquier silencio de la casa. Subo las escaleras y también arrastro el maletín grada por grada, como siempre. Antes de ir a mi cuarto, entro al suyo y voy al armario; otra costumbre. Paso la mano sobre las prendas para sentir la caricia de las telas en mis dedos. Ella cuelga la ropa usada en las perchas del lado derecho. Tomo la chaqueta marrón y busco ese olor que me intriga, ese aroma a loción que no es de papá. Lo...